Hijo, por culpa de mi padre la muerte me aprieta en el zapato. Andrea y yo no te estamos teniendo. Yo, al menos, sé que te estoy cambiando por la experiencia de echarte de menos. Por la experiencia de venir aquí a hablarte a ti, hijo, de mi padre muerto. Verás, la muerte de tu abuelo fue tan normal, tan racional, que cuando me dieron la noticia no pude apartar de mi cabeza la lista de la compra. Tu abuelo y la muerte eran la balada de una rama que se dejaba arrastrar por la corriente. Lo que me hubiera gustado, hijo. Lo que me hubiera impresionado hasta el punto de ponerme de punta las entrañas hubiera sido verle nacer. Ver a mi padre irrumpir en este mundo con los puños cerrados. Verle llegar rompiendo la nada en un día tan blanco que su final aún no estuviera escrito. Eso quiero, hijo. ¿Tú me puedes dar eso? Oír a mi padre gritar, llorar y reclamar la vida que dejó de reclamar cuando se le encorvaron la espalda y las esperanzas. A veces mi padre me miraba sorprendido, nervioso como s