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Mostrando entradas de 2020

Hijo de padres divorciados

Yo soy hijo de padres divorciados. De esos que te quieren pero no se quieren. O más bien diría, de esos que no te odian, pero se odian. Yo he escrito cartas a los Reyes Magos pidiéndoles como regalo que mis padres no se divorciaran. He mantenido con Dios más diálogos pidiéndole que mis padres no se pelearan, que pidiéndole que este o aquel dolor no resultara ser ningún cáncer. Recuerdo a mis abuelos viniendo a las tantas a buscarme a casa para llevarme con ellos mientras mis padres se insultaban. Tengo millones de postales mentales de esos viajes en mitad de la noche: mi abuela me cogía de una mano y mi abuelo me cogía de la otra, sus alianzas refulgían a mi alrededor con la luz de las farolas. Yo caminaba extasiado, saliendo del asombro de haber visto a mis padres convertidos en dos animales que solo querían romperse el corazón. Cuando por fin llegábamos a su casa, mis abuelos hacían siempre lo mismo: mi abuelo me daba uno de sus pijamas y mi abuela me preparaba la cama. Al rato, desp

La metamorfosis

¿Qué me lleva a preferirte a mis padres? ¿Por qué te antepongo a mi padre, que me pagó los estudios, y ahora va disolviéndose en su edad sin saber cómo pedir socorro? ¿Cómo puedo tener más en común contigo que con mi madre? Cuando con ella puedo dar saltos en el tiempo, hablar de mis abuelos, o recordar aquella tarde siendo niño en la que estuvo a punto de matarme aquel coche. ¿Por qué te quiero más que a ellos? ¿Cómo te has saltado tantos siglos de forja? A veces nos sonreímos como un reloj en la muñeca de un niño. Otras veces nos miramos sabiendo lo horribles que hemos sido y susurrándonos que los lunes significan que seguimos vivos.

Dientes de conejo

Ahora con el rollo de las mascarillas hace tiempo que no me fijo en la cara de ningún adolescente. Sin embargo, el otro día vi por la calle a un chaval que se quitó la mascarilla para comer pipas. Me fijé en sus largos dientes de conejo. Me acordé de que los niños empiezan a crecer por la boca, como cuando a Alicia la hechizan en el País de las Maravillas y ahora le crece una pierna, y ahora un brazo… Los niños empiezan a crecer por los dientes y si lo piensas hay un instante de sus vidas en los que resultan terroríficos porque son niños, pero durante un tiempo sonríen como caníbales. Después de crecerles los dientes les crecen también los sentimientos. A los 20 empezarán a ser conscientes de todo el rato que pasan en esas habitaciones rojas que ya no existen revelando cosas que ya no existen. Y al poco tiempo vendrá lo peor: darse cuenta, con esos dientes de conejo, de que mañana lo único que tendrán para morder es el pan de ayer.

Las paredes no son de plomo

De pequeño creía que las paredes de mi casa eran de plomo. Cuando me enfadaba con mi madre me encerraba en mi cuarto y le daba puñetazos al colchón mientras me ponía a gritar. A veces gritaba que mi madre era tonta y decía que me daba igual si ella me escuchaba. Hasta tenía la osadía de decir en voz alta y si me oye, mejor. Yo decía esas cosas porque tenía la absoluta certeza de que ella no podía escucharme desde la otra habitación. Ahora sé que sí podía oírme y me la imagino frustrada, triste, odiándome de esa forma tan violenta con la que se odia a los seres muy queridos. La imagino arrepentida. Recordándose que ella siempre se dijo de joven que no quería tener hijos. Y cuántas veces. Cuántas veces más detrás de alguna pared me he dedicado a ser un insensato niño de mierda que hería a quienes menos se lo merecían.

Un actor de Hollywood con una lágrima de verdad en el ojo

El estado de ánimo idóneo para escribir un poema se parece demasiado a hacer palanca para profanar una tumba. Andrea no entiende las latas de cerveza que preceden a un buen texto. Esas latas de cerveza son exactamente lo mismo que el beso que un reverendo le da a su crucifijo antes de empezar un exorcismo. Antes de escribir pienso un poco en mi abuelo muerto, o bien recurro a recuerdos tristes como el de Andrea menstruando con un dolor tan rabioso que tuve que llamar al 061. Y entonces sigo bebiendo cervezas, hasta que me convierto exactamente en un actor de Hollywood con una lágrima de verdad en el ojo.

HOLA MUNDO

Hace unos meses empecé a estudiar programación. Me gusta. Te sientas a escribir y creas cosas. ¿Cómo no me iba a gustar? Además, es un trabajo que te acerca a los gatos y te aleja de de las personas. Digamos que es un trabajo a prueba de pandemias. Lo malo. Lo realmente malo es que tienes que verter todo lo que escribes en los moldes de la lógica, y yo siempre he sido más de abrir la jaula y dejar que el pájaro azul eche a volar.

El perro y los niños

Hoy he tenido un sueño precioso. Yo era un perro y Andrea me sacaba de paseo. Yo hacía pis en los árboles sin que Andrea me regañase, saludaba a los vecinos que me caen bien con un ladrido y con un instante de esa sonrisa interminable que solo tienen los perros. Después Andrea se sentaba en un banco y empezaba a rascarme el lomo. Yo le lamía la mano, agradecido, y entonces ella me preguntaba ¿Cuándo tendremos un hijo? Yo empezaba a ladrarle que no era una buena idea pensar en tener niños mientras el mundo se desmorona. Pero entonces me acordaba de una cosa que me dijo mi abuelo hace tiempo. Ahora la gente se piensa mucho lo de tener hijos, pero antes se tenían niños incluso mientras caían bombas.

Presentimiento

Hace meses que presiento la muerte de mi padre. La siento muy cerca desde que hace un tiempo él volviera a contarme que con los dientes nuevos no sabe reírse. Hace días que su novia no deja de enviarme fotos de mi padre delgado o tirado en el suelo, como si el viento lo hubiera derribado en medio del salón y él no tuviera nada que objetar al respecto. La voz de mi padre al teléfono se me hace paulatinamente más oscura. Quizá sea también que los dos nos hablamos cada vez con menos brillo, como si la única parte de nuestras vidas que lograra tocarse fuera justamente la que menos brilla. Hace frío. Andrea ha dejado de comer carne y yo no soy capaz ni de contarle eso a mi padre.

La madre de mi padre

Últimamente me viene mucho a la cabeza la madre de mi padre. Era muy bajita. De pequeño, recuerdo que ella era el único adulto con el que no tenía que ponerme de puntillas para darle un beso en la mejilla. Su mirada también era pequeña y estaba apenas sostenida por una hogaza de sentimiento. No sé por qué últimamente pienso tanto en ella.        La única ropa que yo le recuerdo eran variaciones de la misma bata pobre que intentaba ser limpia a base de manchas de lejía. En cuanto entraba en su casa ella me ofrecía lo único bueno que tenía: agua. Agua del grifo. Cada vez que ponía un pie en su piso me contaba que allí en su barrio, tan cercano a la montaña, el agua era la mejor de toda Barcelona. Yo con mi mente de niño siempre me imaginaba un caño frío y azul que conectaba el grifo de la cocina de mi abuela con algún manantial nevado. Mi padre siempre salía a beber con sus hermanos. Yo me quedaba viendo la tele hasta que se despertaban mis tías. Eran tres y siempre estaban solteras; par

La conversación seria

Mi madre siempre ha sido una de esas personas que vertebran su vida en torno a su pareja. Cuando se divorció de mi padre se sumergió en un mar de tristeza, y cuando emergió lo hizo porque otro buzo la cogió de la mano y la condujo hasta la superficie. Sin embargo, hace unos meses ella hizo algo que logró sorprenderme. Antes de abandonar esta casa para irse a vivir con su novio, tuvimos una de esas conversaciones serias que uno tiene una o dos veces en toda su vida. Mi madre me reveló el rincón de la casa en donde guarda el testamento y también me dio las coordenadas del cajón en donde esconde una bolsita con joyas de oro de cuando tu padre y yo estábamos bien, para que yo las venda si alguna vez me veo en apuros. Lo curioso, es que me ha explicado que en su testamento está explicitado que cuando ella muera quiere que traigan de nuevo su cuerpo hasta aquí, para que la entierren con sus padres. Ella, que habla con su novio todo el rato por teléfono. Ella, cuyo único futuro es seguir sien

Capas de pintura

Yo, que me prometí que nunca tendría los problemas dentales que tuvieron mis padres. Yo, que siempre me dije, que era imposible que mis pies terminaran siendo tan feos como los de ellos, ahora abro la boca delante del espejo y examino mis muelas sin entenderlas. Incluso a veces, le pido a Andrea que me dé masajes en los pies porque me duelen como les dolían a ellos. Andrea y yo nos hemos ido a vivir a la casa que nos ha dejado mi madre. La casa de mi infancia. La primera que se compró mi abuelo con el sueldo de la fábrica. Empiezo a tener el mismo miedo que siempre han tenido todos los miembros de mi familia; miedo de mirar por la mirilla y ver el hambre al otro lado. Andrea y yo hemos cambiado al distribución de los muebles. Para ahorrar dinero, hemos decidido pintar nosotros mismos el piso. Al quitar el papel de las paredes había moho. Debajo del moho había más pintura. Y debajo de esa pintura, otra capa de papel y debajo más pintura. Cuando hemos empezado a quitar el papel ha sido c

La historia del cuchillo del mango rojo

Qué mal duermo. Las hienas y los camiones de basura siempre se llevan mi sueño. Cada vez, me avergüenza más ir pasando por las edades por las que yo recuerdo haber visto pasar a mis padres. Me siento menos hijo, menos nieto, más desarraigado y más padre de una vida que aún no ha llegado a ningún puerto. Lo único bueno es que Andrea y yo cada vez nos parecemos más al matrimonio de la peli de UP: Hacemos planes, miramos nubes y rompemos la hucha para reformar la casa. El otro día estuvimos haciendo recuento de cubiertos. Andrea se paró delante de un cuchillo con el mango rojo y me preguntó, ‘¿Y este cuchillo? ¿Cómo es que solo tienes uno con el mango rojo?’ No me atreví a contarle que ese cuchillo lo compré hace 16 años en París. Estaba con Leila, mi primera novia, en el hotel y nos dimos cuenta de que nos hacía falta un cuchillo con el que untar el paté. A los tres días de estar en París Leila y yo nos fuimos a dormir enfadados. De madrugada me desperté y vi que Leila estaba rodando otr

Algún día

Algún día iremos a una consulta llena de diplomas y de pósters con vaginas esquematizadas. Allí nos darán la buena noticia y al salir empezaremos a enviar audios a nuestros amigos y a nuestra familia. Todos nos felicitarán y entonces comenzará una espera de mi oreja pegada a tu barriga para precisar el momento en que empiece a sonar el nuevo tic-tac de una vida. Después empezará el reinado de lo exagerado. Los pies de plomo y los puños de hierro. El terror a que la casa huela a butano o a que los balcones no sean seguros. Las dudas sobre si hicimos bien en traer a alguien nuevo a este mundo de gente que va por la calle mal disfrazada de cirujano. El calor. El mundo cada vez más caliente. Sazonar de pánico nuestras vidas y herir nuestra memoria recordando cómo era el mundo cuando podías bañarte con tus amigos en una piscina. Con el correr de los años, latas de conserva y el brillo de una canción resonando por toda la cueva.

Crazy Managers Skills & Goals in Football Match

Este es el nombre de un vídeo de Youtube en donde se recopilan imágenes de entrenadores a los que, fortuitamente, el balón se acerca a ellos en mitad de un partido. Todos estos entrenadores son exfutbolistas que fueron futbolistas hasta que el cuerpo les abandonó. Son hombres a los que no les quedó otra que reciclarse como entrenadores de fútbol, o convertirse en alcohólicos que repasan fotos de un viejo álbum glorioso. En este vídeo de YouTube, lo que vemos casi todo el rato son balones que se escapan por la banda y que pasan tan cerca de los pies de estos hombres, que no pueden evitar controlarlas y pasársela a un jugador. Hay dos momentos que han logrado pasarme algo de su corriente emocional. El primero me ha parecido muy tierno: un balón muy alto va a caer cerca de donde está el por entonces entrenador del Depor, Clarence Seedorf. Él alza la vista y prepara el pie en la posición exacta para pinchar el balón. Cuando lo pincha se lo pasa a un jugador del equipo rival para que el jue

La cara ensangrentada

Cuando yo era un poeta joven, aspiraba a ser moderno. Quería ser salvaje, voltaico, ser complejo y al mismo tiempo, ser capaz de regresar al pueblo de las palabas, para hablar de huertas y de ríos. Para hablar de lo que es el amor, de lo que es enamorarse y sentirse como un recién llegado al cielo. Pero me voy haciendo un poeta viejo. Cada vez tengo que hablar más alto para que se me oiga por encima del ruido de las máquinas. Hoy una vecina se ha metido en el ascensor sin llevar puesta la mascarilla. La he mirado recomendándole la muerte. He deseado que los dos estuviéramos frente a frente con la cara ensangrentada, sin leyes. Hoy he querido cansarme asesinando. A veces la poesía es un perro que se come los deberes del corazón, y otras veces la poesía es este lugar en donde descanso de tanta muerte que no puedo dar.

Rodando

Si se pudiera escapar de la muerte, yo escaparía de ella montando en bicicleta. Hacer deporte no es hacer deporte, y el que lo probó lo sabe. A veces me confundo en el quicio de la puerta, y en lugar de decir que me voy con la bici, le digo a mi madre que me voy a escribir. Montado en la bici veo la respiración de los árboles. Cuando cojo velocidad pongo la espalda recta y levanto la cabeza, porque cuando me mido con mi cansancio algo me enseña a ser más alto. Mientras monto en bicicleta, por el camino de la playa, también veo mariposas, siempre indecisas entre lo insecto y lo flor. Ellas revolotean locas, dando palmadas, casi como si fueran galletas que vuelan. Salir a hacer deporte es también fabricar regresos a casa. Con qué merecimiento me ducho al llegar. Con qué heroicidad reclamo como mío las cosas que ya eran mías: el ordenador, la ropa cómoda, los vistazos al móvil y la interminable espera a la que me llevan estos poemas.

Montse bella

Montse bella , como llama a mi madre, Andrea, porque mi madre le compra golosinas, y se queda atisbando por el hueco de la escalera hasta que se asegura de que mi novia ha llegado sana y salva al rellano. El mundo ha girado demasiado rápido para mi madre, Y a veces, cuando no entiende algo, me mira con una pobreza enegética que apenas alcanza a iluminarle los ojos. No sé qué pasa, pero el tiempo pasa y mis padres se han quedado sin la equipación para seguir jugando.

Nombres de gato

Andrea y yo estamos buscando nombres de gato. Hemos quedado en que si es macho se llamará ‘Donut’. Pero si es hembra, le pondremos ‘Arepa’. De esto hablamos solo en la cama, porque los nombres son algo abstracto, y las cosas abstractas es mejor buscarlas en esa franja de plastilina que hay entre el olor a realidad del café de la mañana y las playas en donde te bañas desnudo, con un revólver en la mano, mientras proclamas que eres el amo del mundo.

Cosme, el tiburón

Últimamente, Andrea duerme abrazada a un tiburón de peluche que le regalaron sus compañeros de piso. Le pusimos de nombre ‘Cosme’ porque los tiburones tienen esa boca enorme que parece hecha expresamente para ‘cosmer’ buzos y aspirar peces. Cuando miro a Cosme, recuerdo que los tiburones de los documentales, lejos de parecerme feroces, siempre me dieron la impresión de ser como niños sin amigos que nadan tristes mientras suplican una ortodoncia.

Poetas

Existen dos tipos de poetas: los viejos y los jóvenes. Los viejos escriben como caballeros con el traje recién planchado. Y los jóvenes como animales  que intentan marcar la poesía con su propia orina.

Convirtiéndome en ellos

Acabo de hacerme miembro de ese selecto club de gente que presiente la lluvia en su propio cuerpo. En mi infancia siempre me parecía cuento que mi madre se llevara las manos a la rodilla y nos dijera con voz quejumbrosa: Va a llover. El otro día fui yo quien se llevó las manos a las cervicales y con una voz todavía más parecida a la de mi madre, le dije a Andrea   que no saliera  sin paraguas a la calle. Hace poco estaba en un bar con un amigo. Él me contaba algo importante sobre su vida y yo apoyaba mi cara pinchándome la mejilla izquierda en el dedo corazón de la mano izquierda. Mi amigo continuaba hablando y yo le escudriñaba achicando los ojos y asintiendo. Y entonces supe que mi rostro se estaba superponiendo al rostro que siempre adoptaba mi padre cuando escuchaba a sus amigos en los bares. Esa cara que él ponía siempre de hombre que se quedaba sin paisajes mientras se metía completamente en lo que le estabas explicando.

¡QUIERO MI PURO!

Después de más de 640 páginas. Después de haberme montado en tantas y tantas máquinas del tiempo. Después de haber movilizado incluso a gente del otro barrio para que comparezca aquí ante vosotros (he resucitado a mi abuelo en más de 45 veces para que me acompañe en estos poemas). Creo que me merezco cruzar las manos detrás de la nuca, poner encima de la mesa mis botas y fumarme un buen puro a la espera de nuevas sombras. 

El día de su entierro

Da igual que acabara de ducharme, que me pusiera mi mejor ropa y que me echara un buen chorro de colonia. En el entierro de mi abuelo, todos me recuerdan como si mi trajera estuviera lleno de agujeros de bala. A mí no me parecía que se hubiera quedado dormido: los de la funeraria cometieron el error de enterrarle sin gafas, desnaturalizándolo, sumergiéndolo en una siesta de porcelana que era imposible que se pareciese a la vida. Más bien, mi abuelo muerto se parecía al hipersueño de los astronautas en las películas de ciencia ficción, cuando les congelan para que su periplo sea más corto, y, sin embargo, todos saben que algo pasará y se fastidiará el viaje. Además de eso, yo sabía por la serie de A dos metros bajo tierra que a mi abuelo seguramente le habían quitad la dentadura postiza y le habían rellenado la boca con algodón. Delante de su féretro, me vino un pellizco de sonrisa y de ganas de contarle a mi abuelo que por su culpa me estaba acordando de Marlo Brando en El Padrino en m

Trastorno alimenticio

Escribir es como sufrir algún tipo de trastorno alimenticio. Soy como uno de esos vigoréxicos que se pasan todo el día delante del espejo examinando el estado de sus músculos. Yo peso con exactitud los gramos de imaginación que he logrado en cada poema. Intento percatarme de si he estado subiendo o bajando el tono. Me fijo en si he puesto el foco en el paso del tiempo, el amor o la muerte o si, por suerte, he logrado escaparme de esos vértigos, por un instante, deteniéndome en algún recuerdo desconchado o expandiendo alguna anécdota divertida. Sé que de un tiempo a esta parte he rebajado la gravedad de mis poemas. Ahora hablo de pan. De caracoles. De mi madre  encendiendo velones y salmodiando encantamientos para protegernos a todos. Por eso dirimo conmigo mismo  sin parar sobre si me estoy convirtiendo en un poeta pequeño o bien sigo siendo  un gran poeta que ahora se fija más en lo pequeño.

Nunca recitéis mis poemas

Recuerdo que cuando hacía la carrera mis amigos me invitan a recitales de poesía. Vente. Seremos poquitos. Es en una librería muy cuca, y además vendrán otros poetas. No asistí con ellos nunca a ningún recital. Ni nunca di mi brazo a torcer leyendo en voz alta mis poemas. Pienso que recitar poesía es como subir una foto de comida a Instagram. En cambio, quedarte en casa leyendo, con la poesía a solas, es como llenar una cuchara con comida y llevártela a la boca.

Pájaro ronco

A mí me gustan el flamenco y las coplas trágicas. Coplas como La hija de Juan Simón , que trata sobre un enterrador al que no le queda otra que enterrar a su propia hija y cuando regresa del cementerio al pueblo, todos le preguntan ¿de dónde vienes tan triste Juan Simón? Y él responde que viene de enterrar su corazón. También escucho a Camarón. Me arrasa su mundo de pájaros roncos a los que él intenta consolar dándoles de beber agua de río con hojas de menta. Cuando escucho flamenco, Andrea me mira con piedad, en plan: este pobre novio mío, que más que un hombre, parece un cacharro melancólico. Pero yo sé la verdad. Yo tengo mis muertos, y ella, por suerte, todavía no.

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1, 2, 3, ¡ piedra, papel, tijeras ! Ella empieza a conocer tan bien a Iván, y yo tan bien a Andrea, que casi siempre quedamos en empate cuando jugamos a piedra-papel-tijeras.

La narcolepsia de los caracoles

Cuando era niño, alguien me dijo que los caracoles se quedaban dormidos en cualquier sitio. Ahora, de adulto, sonrío cuando los veo coronando postes de madera, o arremolinándose en torno a los tapacubos de los coches. Mi abuelo iba al campo y los cogía a montones. Los metía en un barreño y trazaba un círculo de sal para que no se escaparan. Yo observaba con asco y pena cómo los caracoles retrocedían y cómo retorcían sus antenas cuando tocaban la sal. Dicen que mi abuela los hacía muy bien. Yo nunca los probé. Solo una vez, el caldo, mojando pan.

Me explico

Me explico. Corro el grave peligro de no ser nunca famoso. No estudiarán mi obra. No la comentarán. No desenterrarán tantos doblones de oro sepultados en la arena. Así que por si acaso me explico. En en el anterior poema sobre la muerte del 'Yama' ¿os habéis fijado en que la estrofa donde se relata lo gordo que estaba el 'Yama' la vocal que más abunda es la 'o'? Os aseguro que no es un accidente que la vocal que más aparece sea la que tiene una forma más redonda y la que conforma la palabra 'gordo'. El verso más largo de ese poema es este: "cuando el 'Yama' le pasaba de largo con la bici siempre" Exacto. El verso más largo es un verso que cuenta cómo el 'Yama' le pasaba de largo a mi abuelo con su bici. Por último, señalo lo que más me gusta del poema. El verso donde narro cómo mi abuelo se burlaba de la panza del 'Yama' tiene una triple aliteración con palabras que rimarían entre sí si estuvieran alojadas en versos dife

Cuando murió el 'Yama'

Yo, que tuve una infancia iluminada por mis abuelos y ensombrecida por mis padres, recuerdo el día en que murió el ‘Yama’. El ‘Yama’ era un amigo de mi abuelo. Era muy deportista pero estaba muy gordo y eso nos causaba asombro a todos. Yo lo que más recuerdo de él es que tenía una nariz gorda y partida, como la de Juan Marsé. El ‘Yama’ no era como los demás viejos del barrio, no veía el fútbol ni bajaba al bar a tomar chatos de vino. Nunca supe si su apellido comenzaba por ‘Ll/Yama’, o si lo llamaban ‘Yama’ porque su bicicleta era una Yamaha. Cada mañana el ‘Yama’ agarraba su bici y se iba desde su casa hasta la playa. Mi abuelo, que hacía lo mismo pero caminando, cuando el ‘Yama’ le pasaba de largo con la bici siempre  le gritaba: ‘¡Yama, deja la bicicleta y vente conmigo andando!' Y entonces con una mano le decía a su amigo adiós, y con la otra se daba palmadas en la panza como si fuera un tambor. Si estábamos juntos, mi abuelo me daba un codazo y me decía: Qué gordo está el ‘Ya

Mi madre

Todos tenemos cuentas pendientes con nuestras madres. Algo por lo que sientes ganas de arrinconar a tu madre contra una pared, mientras le clavas la mirada y la apuntas con un dedo que tiene forma de pistola: ¿Te acuerdas de esto? ¿Te acuerdas del mal que me hiciste? Y sin embargo, yo, por ejemplo, no puedo olvidarme de que mi madre es de las que se quedan mirando mientras se te cierran las puertas del ascensor y luego espían por el hueco de la escalera para asegurarse de que has llegado sano y salvo al rellano. Mi madre enciende velas con las que nos protege a todos. Cuando yo era un crío y estaba de exámenes ella ponía fotos del Sagrado Corazón y encendía velones blancos alrededor. Cuando alguien de la familia espera los resultados  de alguna analítica, ella susurra ensalmos, o entona plegarias en voz baja con las que espera evitar un diagnóstico malo. Ahora que Andrea ha llegado a mi vida, mi madre enciende velas con las que la protege a ella y a toda su familia.

The leftovers

Una persona que desaparece de tu vida de repente produce un agujero negro en el que tiendes a caerte incluso cuando pasan los años. La cuestión es que en esta serie de televisión la gente desaparece de golpe. Golpeando a otra gente y deformándola como cuando en el billar la bola blanca golpea el triángulo perfecto de las otras bolas y las destroza caprichosamente sin que se sepa por qué. Exactamente igual que te golpea la gente de tu vida cuando desaparece inesperadamente sin remitirte una carta de renuncia o de despedida. Es como cuando una novia te deja sin que hayas notado nada raro. O como cuando llegas de un viaje y te dicen que tu abuelo está en el hospital ingresado porque le duele un poco la barriga y al cabo de un rato te llaman para contarte que tu abuelo ha muerto. Por eso Leftovers funciona, porque es arte: algo capaz de parecerse a la vida real sin parecerse en nada.

Frivolidad

La vida es muy corta. El tiempo pasa volando, excepto cuando esperas un paquete de Amazon.

Walking Dead

No voy a volver a ver ni un solo capítulo más de Walking Dead. Siempre que dos personajes se quedan a solas empiezan a enredarse en discursos elevados sobre la vida y la muerte. A ningún personaje le duele la cabeza, ni se lava los dientes, ni se queja de que le duelen los huevos después de pasarse todo el día huyendo de los zombies en moto. En definitiva, se les ha olvidado que los vivos están vivos y necesitan decirse gilipolleces aunque se pasen todo el rato intentando escaparse del pilla-pilla de la muerte. Yo siempre he pensado que la vida es tan importante que no necesita conversaciones importantes, sino disparates: dispararnos con nuestra normalidad los unos a los otros hasta que la muerte nos separe.

Si He-Man levantara la cabeza

Si He-Man levantara la cabeza, enseguida volvería a agacharla. Y así, cabizbajo, regresaría hasta su desportillado trono en Greyskull, se abriría una cerveza y, tras el primer trago. caería en la cuenta de que su tiempo ya ha pasado.

¡Me cago en La Habana!

Supongo que era por su rudimentaria educación religiosa, pero para haber pasado una guerra, con su hambre, sus bombas, sus enemigos y sus cadáveres atascando los ríos, mi abuelo hablaba con mucha corrección; nunca blasfemaba, nunca se cagaba en Dios, ni en la virgen; ni siquiera en ningún santo por menor que fuera su cargo. Lo que sí hacía mi abuelo, como hacer caca es inevitable, era cagarse en Diez o en la Mar Serena. Las dos expresiones me hacían mucha gracia por motivos obvios. Imaginarme a mi abuelo cagándose sobre la cara de diez personas… ¿Y por qué en diez? ¿Cómo las elegía? ¿Tenía que estar enfadado con diez personas a la vez para poder decir que se cagaba en Diez? Me hace gracia pensar en mi abuelo apuntando en una lista el nombre de la gente que le iba cayendo mal hasta que por fin llegaba a diez y podía cagarse en ella. Pero todavía me parecía más raro lo de cagarse en la Mar Serena. ¿Es que mi abuelo prefería el mar embravecido? ¿

Cuando volvamos a la calle

Cuando salgamos a la calle estaremos más pálidos que nunca. Tendremos que hacernos visera con la mano, o mejor, usar gafas de sol como si fuésemos vampiros recién curados. Las primeras visitas serán las fundamentales. Como una carta de amor escrita con la tinta invisible de las cosas importantes: yo primero iré a ver a Andrea, luego a mi padre, y luego pienso irme con Ernesto a ponerme morado a cervezas. Después ya me enfrentaré al mundo con los puños cerrados y chutando piedras como siempre. Ya no hay distopías. Ahora ya es seguro que el mundo se va a convertir en la película de terror que lleva tanto tiempo dándonos miedo. Pero no pasa nada. Porque aunque pase todo, todo se va a convertir en algo tan espantoso y real como un perro comiéndose una paloma muerta en la acera.

Robarnos

Han intentado entrar a robarnos. Mi madre ha oído unos ruidos y se ha encontrado entreabierta una ventana que ayer dejamos cerrada. Nos hace falta un perro, o un revólver, o un bosque peligroso en donde gastar toda esta furia y este odio. Escribo cuando bebo porque me parece que en este gerundio del bebiendo detengo el tiempo y solo entonces me da tiempo a repasar el guion de mi vida y apuntar cosas en sus márgenes. A veces miro a mi madre como empezando a echarla de menos. Presintiendo cómo será su muerte y cómo será mi vida cuando ya no pueda volver a verla. Hoy he cerrado las ventanas y he bajado las persianas para que no entren los ladrones y para que el viento no se cuele en la casa convirtiéndose en un niño travieso que da portazos en la madrugada. De verdad que nos hace falta un perro, para que ladre, para que delate a los ladrones que intentan entrar de noche y nos salve mientras estamos desorientados y en pijama De verdad que me hace

Un insecto

El vecino de abajo se ha vuelto loco. Ha empezado a gritar por la ventana que quiere salir de casa. Luego le ha gritado a su mujer y a su hija que está que se sube por las paredes y que no aguanta más la cuarentena. Ojalá fuera verdad que mi vecino se subiera por las paredes de su casa, así su hija pequeña podría coger un insecticida, y matarlo como a una araña.

La historia del coche rojo

Las cosas siempre vienen dadas por fortuitos volantazos del destino. Michael Corleone se pasó a la Mafia porque su padre decidió repentinamente detenerse a comprar unas hermosas naranjas. Khaleesi empezó Juego de tronos liberando esclavos y terminó a lomos de un dragón quemando a un montón de inocentes. Mi abuelo iba a comprarse un coche rojo pero al final sus hijas lo convencieron de que ya estaba demasiado mayor para gastarse dinero en un coche nuevo, cuando lo que tenía que hacer era empezar a pensar en vender el viejo y dejar ya de conducir. Se acababa de jubilar, vino a casa ilusionado, agitando en la mano un folleto de la SEAT. Es colorado, me dijo mi abuelo sonriendo, el color favorito de tu abuela. Pero sus hijas hablaron con él. Lo atosigaron. Lo atropellaron. Te pasa algo y luego qué. Que los reflejos ya no son los mismos. Nosotras nos preocupamos por ti. Durante veinte años me olvidé de que mi abuelo estuvo a punto de conducir un coch

Ojalá

Ojalá las personas olieran a patatas fritas con cebolla. Ojalá vendieran colonias tan fragantes como los limpiacristales. Ojalá hubiera alguna bebida tan bonita como los friegasuelos. Ojalá las chicas de 4º de la ESO no brillaran como los cruasanes en la panadería cuando salen del colegio y empiezan a cuchichearse secretos. Ojalá fuera verdad que cuando los perros mueren se termina la rabia. Ojalá nunca nadie tenga que tratarnos como cuando en las películas se te muere un hijo, y entonces todo el pueblo llama a tu puerta para traerte guisos y buenas palabras. Ojalá alguna vez deje de darme miedo colgar una jaula con pájaros en la ventana. Ojalá algún día amplíen todas las zonas de rastreo y encuentren a todos los niños que alguna vez se perdieron. Ojalá nos diéramos cuenta de lo mal que les hablamos a nuestras madres. Ojalá, al cogernos de la mano, tú y yo tuviéramos el valor necesario para saltarnos la cinta policial que precinta las esce

Pistolas con sabor a palomitas

Ha llegado el caos que nunca iba a llegar. En la tele, además de gente con mascarillas han empezado a emitir imágenes de los primeros funerales que ha causado el virus. He visto un plano cenital de una capilla repleta de féretros, me he imaginado que dentro había un montón de cadáveres azules con los pulmones marchitos; como si todos hubieran muerto merecidamente por haber sido fumadores empedernidos. Qué animales me han parecido hoy los animales. Por primera vez he pensado en ellos como lo que realmente son: seres irracionales: cuando he bajado un momento a tirar la basura los pájaros hacían invariablemente lo de siempre. Eso lo entiendo. Lo que no entiendo es no haber detectado un mínimo de extrañeza en sus ojos, un echar de menos al menos las migas de pan de los niños que van al colegio. Todo son números. Cifras. Contagiados. Muertos. Curados. El problema viene cuando conoces a uno de esos números y puedes imaginártelo perfectamente tumbado en