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Mostrando entradas de enero, 2018

El plato está en la mesa

Dime que te encanto. Tú a mí me encantas. Nuestro amor es como Messi cuando se queda en el banquillo: inquieto, prometedor capaz; ve el terreno de juego y sabe las maravillas que podría realizar si lo sacaran ya de una vez a jugar. Pero es que tú y yo ¿por qué tenemos que meter nuestro amor en la nevera otra vez? Si deberíamos estar juntos, si deberíamos, de una vez por todas, financiar nuestra historia. Salvémonos la vida la próxima vez que nos veamos. Lo único que necesitamos saber sobre nuestro futuro es que seremos como el resto de luces: al oscurecer brillaremos. Cansémonos de estar prohibidos y entonces estar juntos será como estar más fecundos e inspirados. Sé mi pan de cada día. Yo quiero una vida contigo. Una vida normal, precocinada; un día rompemos un plato y al siguiente vemos cómo reluce el sol en la terraza. Barramos juntos nuestra casa. Digamos que falta papel higiénico. Echemos una carrera a ver quién se cepilla más rápido los di

Anabel

¿Es pronto para lamernos? ¿Por qué? Si yo te hambre y tú me hambres desde hace tanto tiempo. No temas nada. Soy un machista dulce, educado en el limbo de las contradicciones de mi tiempo: Me gustan las mujeres averiadas, las que como tú parecen edificios en llamas en cuyo interior grita un inocente pidiendo socorro. Aquí hay amor. Nunca lo hemos sabido del todo pero siempre hemos sentido que éramos perros estirando fuerte de las correas con las que nos sujetaban nuestros amos, solo porque estábamos intentando alcanzarnos el uno al otro. Nunca lo hemos sabido del todo. Pero ahora estamos tan seguros como que las casas son azules por dentro cuando llueve. Tarda lo que tengas que tardar, pero cuando llegues nos comeremos con los dientes que nos queden.

Un paisaje helado

Una estupidez me ha hecho acordarme de Annie: Ernesto nos ha explicado que un día, después de que entrara en vigor el decreto que prohibía la venta de alcohol en comercios después de medianoche, entró en un establecimiento de paquis buscando redondear su borrachera con una última cerveza. No se la vendían. No querían líos con la policía. Ernesto, mi pobre Ernesto, que había estado bebiendo durante toda la tarde hasta ahogar en una piscina casi todas sus consonantes les repuso, socráticamente: "¿Te parece que soy un policía? Y, si lo fuera, te parece que ahora mismo yo tengo la capacidad de multarte?" Le dejaron irse con una cerveza. Me he acordado de Annie, de su pelo, de sus tacones y de sus piernas largas como edificios. Me he acordado de ella porque una noche, después de que la venta de alcohol quedara prohibida pasadas las doce se metió en un paqui a las dos de la mañana a buscarme unas cervezas. Entró. Miró directamente a los ojos al tipo

Las gemelas y yo

Hoy me han contado algo horrible. A Laura, la gemela que tiene el pelo un poco más largo, la obligan a maquillarse para ir al trabajo. Ella hace lo justo y necesario para obedecer a sus jefes sin desobedecerse a sí misma: se limita a delinearse un poco con un lápiz de ojos. Es curioso; son curiosas las chicas, con un lápiz son capaces de sacarle punta a su mirada. Pobre Laura, forzada, horneada en moldes tan añejos. Y aun así, qué guapa. Llevo toda la tarde imaginándomela como a una Nefertiti con chaleco de Mercadona puesto. Me preocupan estas gemelas. Tienen de porcelana el sueño, como yo. Y en el fondo de cada uno de sus ojos vive un ermitaño grito de socorro. Creo que los tres hemos venido a parecernos por motivos muy distintos. Yo me acuesto siempre muy tarde. Extenuado: Muy corrido y muy cansado. La pistola de las venganzas con el cañón humeando después de no haber resuelto nada. Y aun así, necesito acostarme así: humeado, corrido, cansado;