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Mostrando entradas de marzo, 2020

Un insecto

El vecino de abajo se ha vuelto loco. Ha empezado a gritar por la ventana que quiere salir de casa. Luego le ha gritado a su mujer y a su hija que está que se sube por las paredes y que no aguanta más la cuarentena. Ojalá fuera verdad que mi vecino se subiera por las paredes de su casa, así su hija pequeña podría coger un insecticida, y matarlo como a una araña.

La historia del coche rojo

Las cosas siempre vienen dadas por fortuitos volantazos del destino. Michael Corleone se pasó a la Mafia porque su padre decidió repentinamente detenerse a comprar unas hermosas naranjas. Khaleesi empezó Juego de tronos liberando esclavos y terminó a lomos de un dragón quemando a un montón de inocentes. Mi abuelo iba a comprarse un coche rojo pero al final sus hijas lo convencieron de que ya estaba demasiado mayor para gastarse dinero en un coche nuevo, cuando lo que tenía que hacer era empezar a pensar en vender el viejo y dejar ya de conducir. Se acababa de jubilar, vino a casa ilusionado, agitando en la mano un folleto de la SEAT. Es colorado, me dijo mi abuelo sonriendo, el color favorito de tu abuela. Pero sus hijas hablaron con él. Lo atosigaron. Lo atropellaron. Te pasa algo y luego qué. Que los reflejos ya no son los mismos. Nosotras nos preocupamos por ti. Durante veinte años me olvidé de que mi abuelo estuvo a punto de conducir un coch

Ojalá

Ojalá las personas olieran a patatas fritas con cebolla. Ojalá vendieran colonias tan fragantes como los limpiacristales. Ojalá hubiera alguna bebida tan bonita como los friegasuelos. Ojalá las chicas de 4º de la ESO no brillaran como los cruasanes en la panadería cuando salen del colegio y empiezan a cuchichearse secretos. Ojalá fuera verdad que cuando los perros mueren se termina la rabia. Ojalá nunca nadie tenga que tratarnos como cuando en las películas se te muere un hijo, y entonces todo el pueblo llama a tu puerta para traerte guisos y buenas palabras. Ojalá alguna vez deje de darme miedo colgar una jaula con pájaros en la ventana. Ojalá algún día amplíen todas las zonas de rastreo y encuentren a todos los niños que alguna vez se perdieron. Ojalá nos diéramos cuenta de lo mal que les hablamos a nuestras madres. Ojalá, al cogernos de la mano, tú y yo tuviéramos el valor necesario para saltarnos la cinta policial que precinta las esce

Pistolas con sabor a palomitas

Ha llegado el caos que nunca iba a llegar. En la tele, además de gente con mascarillas han empezado a emitir imágenes de los primeros funerales que ha causado el virus. He visto un plano cenital de una capilla repleta de féretros, me he imaginado que dentro había un montón de cadáveres azules con los pulmones marchitos; como si todos hubieran muerto merecidamente por haber sido fumadores empedernidos. Qué animales me han parecido hoy los animales. Por primera vez he pensado en ellos como lo que realmente son: seres irracionales: cuando he bajado un momento a tirar la basura los pájaros hacían invariablemente lo de siempre. Eso lo entiendo. Lo que no entiendo es no haber detectado un mínimo de extrañeza en sus ojos, un echar de menos al menos las migas de pan de los niños que van al colegio. Todo son números. Cifras. Contagiados. Muertos. Curados. El problema viene cuando conoces a uno de esos números y puedes imaginártelo perfectamente tumbado en

Palomitas con sabor a pistola

Mi abuelo me hablaba de aviones que soltaban bombas. Del hambre. Del hambre hecha de hambre de verdad, de un hambre que yo no sabía y que no se parecía a esos ruidos divertidos que me salían de la barriga cuando salía del colegio. Y ahora las ciudades están vacías. Peor: vaciadas. Los pocos conductores que hay por la calle y los fotógrafos que se asoman a los balcones casi sonríen por lo inusitado del desastre. Esta es nuestra Guerra mundial. Nuestro Franco. Esto que nos está pasando es lo que le contaremos a nuestros nietos. Y ellos harán literatura al respecto, y cine, y series, y palomitas con sabor a pistola, como lo hacemos nosotros ahora con los relatos del pasado. Esta es la primera vez que me siento subido a la montaña rusa de la Historia.

Polimorfia 14

No sé qué animal fuimos hoy, pero cuando hemos salido hemos evitado a los humanos.

Polimorfia 13

Por culpa de la cuarentena, nos hemos convertido en un par de lagartijas. Nos subimos por las paredes y estamos pensando en probar alguna mosca.

Polimorfia 12

El otro día, Andrea y yo despertamos con sendos chichones en la cabeza: en algún momento de la madrugada nos habíamos transformado en jirafas. Nos pasamos el día haciendio planes y nuestras cabezas llegaron tan alto como nunca lo habíamos imaginado.

Polimorfia 11

A veces nos despertamos siendo un par de cazadores furtivos. Cuando eso ocurre, nos pasamos el día metiéndonos en terrenos prohibidos y disparándole a cosas a las que no deberíamos dispararles.

Polimorfia 10

Ayer, Andrea y yo nos despertamos siendo un par de loros. Repetíamos lo que los científicos decían en la tele todo el rato y al final yo me escapé volando.

Polimorfia 9

El otro día Andrea y yo nos despertamos siendo un par de monos. Por la mañana nos desparasitamos el uno al otro y por la tarde nos andamos por las ramas.

El cronista de pandemias

Con lo que más se está arrasando en las tiendas es con la carne y con el papel de váter. Como si la gente en un chispazo de primitiva genialidad hubiese caído en la cuenta de que habrá que cagar todo lo que planea comerse durante su confinamiento. El verbo confinar. ¿Cuánto hace que no lo oía?
Lo más cerca que he estado de ese verbo en años es el sustantivo “confitura”, esa abuela bruta de la mermelada. Sin embargo, ahora los periódicos han desenterrado el verbo para explicar que todo aquel que haya estado en contacto con posibles focos de contagio debe pasar por un protocolo de confinamiento. Me recuerda a Segismundo en la vida es sueño. Todos en nuestras casas, Encadenados. Oliendo mal. Masturbándonos constantemente como animales animalizados que lo único que quieren es verter su semen sobre el vestido de Rosaura. Porque la vida es sueño, y los sueños sueños son. Y el COVID-19 es pandemia, y las pandemias, pandemias son.

El meme del brócoli

No iba a dejar que el coronavirus entrara en mi poemario, pero por qué no voy a hacerlo si ya ha entrado en los supermercados. Ayer fui a hacer la compra y no había carne. Algunos se reían, hacían bromas: pues sí que tiene la gente congeladores grandes ahora, qué prisa por quitarle a los demás la comida. Otros manoseaban las bandejas con alternativas veganas y negaban con la cabeza. Menudo Apocalipsis de goma. En la cola nos reíamos. Yo no sabía si éramos una sociedad alegre, solidaria, casi merecedora de esos anuncios cursis que hace Campofrío, o bien si éramos como enfermos de cáncer que se olvidan momentáneamente de su enfermedad y se ríen mientras un amigo les cuenta un chiste. Lo que yo quería era escribir un poema sobre los informes de balística. Me hace gracia que en las series de policías los inspectores siempre estén esperando los informes de balística. Me imagino a un montón de viejos sabuesos bebiendo whisky, con la mirada perdida, es

Marc

Le doy clases a un niño de 10 años que nunca mira los relojes. No los entiende. Se guía por el tiempo como se debían de guiar los indios cherokees: por el sol que hace cuando hace las cosas. Ni siquiera sabe a qué hora empiezan siempre nuestras clases. Empiezan cuando me trae mi madre, me responde cuando le pregunto. También es verdad que nunca me pregunta qué hora es, sino cuánto falta. Cuánto falta para que termine la clase. Cuánto falta para que empiece el verano. Cuánto me falta para ser como tú de alto.  Y yo intento meterle en la cabeza lo que son los minutos, las horas, los meses… Dibujamos relojes, borramos manecillas y volvemos a pintarlas en distintas posiciones. Nos reímos de lo absurdos que son los relojes de pared, porque si el día tiene 24 horas cómo puede ser que solo les hayan puesto 12. No hay manera de que el niño comprenda lo que son las fechas, para él el tiempo son solo flechas que los remotos adultos disparan. También es verdad qu