Cuando éramos niños el cole nos llevó a ver la desembocadura del río Llobregat. Digamos que en aquel entonces, si la playa hubiera sido una persona hubiera sido un yonki mortalmente enfermo, pobre y vestido con un chándal sucio. Vi una lavadora tirada en la playa, muchos plásticos y muchos condones. El guía nos habló de contaminación y de los planes que tenía el alcalde para construir una depuradora. Dijo más cosas. Entre ellas que inhalar gases de residuos plásticos producía cáncer. Yo me asusté, porque en mi casa me pasaba el día quemando muñecos, para quitarles los brazos e intercambiarlos con otros quemando sus musculosos cuerpos de plástico con el mechero. En aquel instante pensé que era un niño condenado a tener cáncer. Una niña de mi clase (una niña, además, con la que me llevaba mal) vio el pánico en mi rostro. Entonces me cogió de la mano me llevó aparte, y me dijo que no me preocupase y que seguramente yo no tenía cáncer.