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Mostrando entradas de octubre, 2017

El salto

Esta noche mientas me dirigía al trabajo me he encontrado con un gato muerto por el camino. Era un gato común y corriente, uno de esos que van buscando asilo bajo el poso caliente del motor de algún coche. Muchas noches me tropiezo con animales muertos  y eso me lleva a pensar que la calle está emboscada de pequeños tictacs de la muerte que saltan sobre los animales sin que se dé cuenta nadie. Seguramente el gato acababa de morir; el cuerpo no estaba sucio,  no había moscas. La luna lo intentaba cubrir con una inútil manta de plata con sombras. No suelen pesarme los animales muertos pero este estaba tan entero, parecía tan resucitable con solo  el toque adecuado de varita... El resto del trayecto hacia  el trabajo me lo he pasado mirando arriba, a la luna: caminaba conmigo, nos observábamos el uno al otro. En estos raros momentos en los que el cosmos me parece casi una mujer bonita que se detiene a hablar conmigo prometo siempre estudiar

Eres muy guapa

Hoy te he dicho que eres muy guapa y tú me has respondido que no, que no lo eres y que si fueras un gato serías un gato común y corriente. Me da igual. Mañana volveré a decirte lo guapa que eres y tú puedes seguir insistiendo en que solo eres un gato común y corriente. Me propongo esperar todos los incendios de este mundo con una cerveza en la mano y me gustaría mucho que tú estuvieras a mi lado, porque estoy cansado de este trampolín sangriento y soltario desde el que hago saltar todos los poemas. Últimamente, a veces, me sorprendo recomendándome esta luz, aconsejándome este calor en el que podría ver cómo arden todos los archivos del terror y todos los viejos escenarios tiroteados. Quiero que evitemos juntos las corrientes de aire. Quiero que crucemos en verde y que escapemos de las enfermedades. Corramos más. Convirtamos la vida en este masaje de aconteci

Me gusta hablar de los muertos y de los desertores

Me gusta hablar de los muertos. Repasar sus historias, reactivar sus anécdotas y sus bromas. Hablo de mi abuelo como si intentara trazar letras con una bengala en una noche de San Juan. También me gusta hablar de los desertores, de las mujeres que se marcharon arrojando una cerilla encendida, prendiéndole fuego al bosque para luego marcharse sonriendo en la noche. Me gusta sentarme en la primera fila del cine del pasado y limpiar recuerdos como quien se pone a engrasar un revólver. Siempre que quedo con Rubén terminamos hablando de mi abuelo y de su padre muertos. Rubén desenrolla recuerdos de cómo le hacía curas a su padre cuando el cáncer apestaba a cáncer. No hay tristeza en nuestras conversaciones. Ni siquiera parecen relatos de muerte, porque al final la muerte se convierte, para los vivos, solo en una historia más que contar. Es como si su padre y mi abuelo hubieran terminado de escribir sus novelas y ahora nosotros pudiéramos manejar con mayor

Demasiada importancia a los lugares

Detesto viajar. Es un coñazo. No me hace ninguna gracia decirle adiós a mi casa. Ponerme a doblar tantas versiones de mí como días de futura ausencia, y luego apretujarlas todas en una maleta. Antes de echar la llave con fuerza me pondré a pensar, con el ceño fruncido, en si habré dejado suficiente comida para los gatos. A su manera, las persianas se despiden de mí dejando que se filtre una luz sin raza, de ciudad. Una luz hecha de gorriones y de madrugones. Lo malo de viajar no es viajar en sí, sino el viaje. A mí viajar me divierte. Ver el mar desde el avión. Notar el tobogán del vértigo en el estómago durante la ascensión... Coger aviones es una atracción de feria para adultos. Pero prefiero los coches. Advertir la trepidación con la que se zampan las carreteras, poner música y renovar la certeza de que los coches son tal y como los dibujábamos en la infancia; pequeñas casas con ruedas. Así que viajar me gusta, pero no me gustan los vi