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Mostrando entradas de noviembre, 2020

Las paredes no son de plomo

De pequeño creía que las paredes de mi casa eran de plomo. Cuando me enfadaba con mi madre me encerraba en mi cuarto y le daba puñetazos al colchón mientras me ponía a gritar. A veces gritaba que mi madre era tonta y decía que me daba igual si ella me escuchaba. Hasta tenía la osadía de decir en voz alta y si me oye, mejor. Yo decía esas cosas porque tenía la absoluta certeza de que ella no podía escucharme desde la otra habitación. Ahora sé que sí podía oírme y me la imagino frustrada, triste, odiándome de esa forma tan violenta con la que se odia a los seres muy queridos. La imagino arrepentida. Recordándose que ella siempre se dijo de joven que no quería tener hijos. Y cuántas veces. Cuántas veces más detrás de alguna pared me he dedicado a ser un insensato niño de mierda que hería a quienes menos se lo merecían.

Un actor de Hollywood con una lágrima de verdad en el ojo

El estado de ánimo idóneo para escribir un poema se parece demasiado a hacer palanca para profanar una tumba. Andrea no entiende las latas de cerveza que preceden a un buen texto. Esas latas de cerveza son exactamente lo mismo que el beso que un reverendo le da a su crucifijo antes de empezar un exorcismo. Antes de escribir pienso un poco en mi abuelo muerto, o bien recurro a recuerdos tristes como el de Andrea menstruando con un dolor tan rabioso que tuve que llamar al 061. Y entonces sigo bebiendo cervezas, hasta que me convierto exactamente en un actor de Hollywood con una lágrima de verdad en el ojo.

HOLA MUNDO

Hace unos meses empecé a estudiar programación. Me gusta. Te sientas a escribir y creas cosas. ¿Cómo no me iba a gustar? Además, es un trabajo que te acerca a los gatos y te aleja de de las personas. Digamos que es un trabajo a prueba de pandemias. Lo malo. Lo realmente malo es que tienes que verter todo lo que escribes en los moldes de la lógica, y yo siempre he sido más de abrir la jaula y dejar que el pájaro azul eche a volar.

El perro y los niños

Hoy he tenido un sueño precioso. Yo era un perro y Andrea me sacaba de paseo. Yo hacía pis en los árboles sin que Andrea me regañase, saludaba a los vecinos que me caen bien con un ladrido y con un instante de esa sonrisa interminable que solo tienen los perros. Después Andrea se sentaba en un banco y empezaba a rascarme el lomo. Yo le lamía la mano, agradecido, y entonces ella me preguntaba ¿Cuándo tendremos un hijo? Yo empezaba a ladrarle que no era una buena idea pensar en tener niños mientras el mundo se desmorona. Pero entonces me acordaba de una cosa que me dijo mi abuelo hace tiempo. Ahora la gente se piensa mucho lo de tener hijos, pero antes se tenían niños incluso mientras caían bombas.