De pequeño creía que las paredes de mi casa eran de plomo. Cuando me enfadaba con mi madre me encerraba en mi cuarto y le daba puñetazos al colchón mientras me ponía a gritar. A veces gritaba que mi madre era tonta y decía que me daba igual si ella me escuchaba. Hasta tenía la osadía de decir en voz alta y si me oye, mejor. Yo decía esas cosas porque tenía la absoluta certeza de que ella no podía escucharme desde la otra habitación. Ahora sé que sí podía oírme y me la imagino frustrada, triste, odiándome de esa forma tan violenta con la que se odia a los seres muy queridos. La imagino arrepentida. Recordándose que ella siempre se dijo de joven que no quería tener hijos. Y cuántas veces. Cuántas veces más detrás de alguna pared me he dedicado a ser un insensato niño de mierda que hería a quienes menos se lo merecían.