A veces a mi abuelo se le ponían los ojos tristes como una piscina sucia y me contaba que a él la vida adulta le llamó demasiado pronto a filas. Con 10 años, en la posguerra, tenía que cargar leña sobre un burro y a veces le acusaban de haberse quedado con algún haz de leña y entonces le pegaban. Pero de los golpes que te dan los hombres puedes vengarte y eso siempre te alivia: la posibilidad de odiar, de matar y de mandarlos a todos a la mierda. El problema de verdad era el hambre, la imposibilidad de intentar vengarte de ella comiéndote los muebles o las paredes de la casa o las palabras que salían de la radio. Cuando era pequeño y mi abuelo venía a recogerme a la escuela yo siempre me quejaba de que estaba muerto de hambre y él siempre me decía si tienes hambre, cómetela. Y ya está. Él sabía que estar vivo es ser frívolo con la vida. Un tiempo después de que el padre de mi amigo Rubén se muriera de cáncer no paraba de hacer bromas: Eh, mira a esa mujer calva. Esa era del club de mi