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Mostrando entradas de enero, 2020

Pan migado

Cuando llueve y se moja el pan para los pájaros, recuerdo a mi abuelo migando pan con leche para que mi abuela, desmemoriada incluso de comer, cenara. Ella se fue volviendo un poco así; regresaba a las comidas de cuando no había comida en su infancia. En secreto, me aterraba, que un domingo cualquiera mi abuelo me invitara a comer la misma sopa de hambre que ellos tomaban en su niñez.

Todo lo que hicimos para intentar salvar a nuestros padres del tabaco

El otro día en una comida familiar mis tíos nos explicaron todas las perrerías que mis primos les hicieron para que dejaran de fumar. Les escondían el tabaco. Les inundaban las cajetillas con agua del grifo. Les quitaban el dinero de la cartera. Amenazaron con empezar a fumar ellos, dos críos que cuando usaban pijama verde parecían secuaces de Peter Pan. Estaban dispuestos a lo que sea con tal de salvar a sus padres. Yo pasé por lo mismo. Durante mi niñez la FAD no paraba de emitir anuncios en televisión sobre lo perniciosas que eran las drogas. Por ejemplo, en lugar de esnifar coca, un joven esnifaba un largo gusano blanco. Aparecían testimonios de personas a las que les faltaban manos, o brazos o familia. La droga mata. La droga amputa. La droga te separa de las cosas. En el colegio nos enseñaban diapositivas de pulmones de color rosa: Así son los pulmones de la gente no fumadora. Y justo después ponían imágenes de pulmones asfaltados

Piscinas sucias

A veces a mi abuelo se le ponían los ojos tristes como una piscina sucia y me contaba que a él la vida adulta le llamó demasiado pronto a filas. Con 10 años, en la posguerra, tenía que cargar leña sobre un burro y a veces le acusaban de haberse quedado con algún haz de leña y entonces le pegaban. Pero de los golpes que te dan los hombres puedes vengarte y eso siempre te alivia: la posibilidad de odiar, de matar y de mandarlos a todos a la mierda. El problema de verdad era el hambre, la imposibilidad de intentar vengarte de ella comiéndote los muebles o las paredes de la casa o las palabras que salían de la radio. Cuando era pequeño y mi abuelo venía a recogerme a la escuela yo siempre me quejaba de que estaba muerto de hambre y él siempre me decía si tienes hambre, cómetela. Y ya está. Él sabía que estar vivo es ser frívolo con la vida. Un tiempo después de que el padre de mi amigo Rubén se muriera de cáncer no paraba de hacer bromas: Eh, mira a esa mujer calva. Esa era del club de mi

Mi primera palmadita en la espalda

Mi primera palmadita en la espalda me la dio un profesor de lengua castellana que tuve en bachillerato. Yo había terminado un examen muy rápido, no porque me lo supiera todo, ni porque fuera muy inteligente, sino porque siempre he escrito con prisas trepidando echando humo y con relámpagos. Me aburría esperando en mi silla. Me puse a hacer un poema. El profesor entre vigía y metrónomo daba pasos cortos entre los pupitres vigilando que nadie copiase. Por fin se detuvo a mis espaldas. Lo noté detrás de mí. No dejé de escribir. Dijo mi nombre. No le hice caso. Insistió. Yo tenía que terminar lo que tenía entre manos. De golpe, me quitó el papel. Protesté y lo miré como si fuera a quemarle el coche. El muy cabrón empezó a leer mi poema delante de toda la clase y entonces se dio cuenta: había cometido el error de interrumpir a un mago mientras prepara su próximo truco de magia. Fue entonces cuando el profesor se acercó a mí y me dio mi primera palma

C:\>

Después de estar suplicándole a mi padre durante más de un mes, este, al fin, accedió a comprarme un Pentium 133. Era grande, frío y blanco. En mi cuarto parecía un iceberg olvidado y conectado por casualidad a un monitor. Al principio no pasaba de esa pantalla negra en la que no se podía hacer nada, excepto escribir gilipolleces y ver cómo quedaban con esa letra blanca sobre fondo negro. Después aprendí que para que empezara la magia había que hacer esto: 

C:\> CD WINDOWS 
C:\WINDOWS> WINDOWS.exe Y entonces empezaban las ventanas: Era otra cosa, no se parecía al pequeño y sombrío piso en donde vivía ni tampoco a los gritos que se daban mis padres. Aquí las cosas eran de un blanco inmaculado y todo estaba perfectamente etiquetado. Con el tiempo aprendí a instalar programas. Recuerdo las horas que pasé con la Encarta: Buscaba pájaros y cuando los encontraba podía pulsar al play y escuchar sus cantos desde mi casa. Más tarde llegó mi p

Gorditos en Brooklyn

Andrea y yo, a irnos juntos a la ducha, le llamamos hacer un gorditos en Brooklyn , porque no tenemos dinero para un piso con bañera y cuando nos apretujamos en el plato de ducha nos gusta imaginarnos que somos los protagonistas de una película americana sin presupuesto. Normalmente yo pruebo el agua con la mano y cuando le doy el visto bueno me meto primero y enseguida animo a Andrea a que se meta conmigo. Mientras ella se echa sus potingues en el pelo yo me pongo mucho gel en las manos y se las froto por todo el cuerpo. Insisto en separarle las nalgas y limpiarle el culo, ella grita como cuando ve un insecto; a veces le da asco que no me dé asco nada de ella. De vez en cuando, ella también me limpia el culo a mí y mientras lo hace no puede ver cómo sonrío. Cuando ya nos hayamos secado y nos empecemos a vestir, en el espejo cubierto de vaho podré dibujar una polla o escribir Andrea bella