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Mostrando entradas de agosto, 2018

Se me mueren las sillas

Se están muriendo las cuatro sillas grandes de mi casa.  Hace unas semanas, fui a voltear una  para poder barrer debajo de la mesa y entonces me di cuenta  de que a la silla se le escapaba un chorro de arena.  Y desde entonces  las cuatro sillas grandes de mi casa han empezado a sufrir  lentas hemorragias de serrín.  A estas cuatro sillas las recuerdo desde siempre.  Tuvieron que pasar muchos años  hasta que yo pude sentarme en ellas llegando a tocar con los pies en el suelo. Quizá fueron los primeros muebles  que compró mi abuelo cuando se vino a vivir a esta casa.  Puede que sea eso  lo que le pasa a mis sillas: que no son mías, eran de mi abuelo  y alguien debe haberles contado  que mi abuelo ya no viene  a sentarse en ellas porque lleva muerto dos años. ¿Le lloran polvo del desierto ahora? ¿O era una cláusula del vendedor de las sillas? Estas sillas se desmaterializarán cuando se enteren  de que han perdido a s

Viejo

Hoy no salgo. Me voy a quedar aquí sentado haciéndome el poeta; o sea contemplando cualquier cosa, mientras que lo que en realidad hago es echarle azúcar a los muertos.  Todos somos iguales con nuestra juventud; todos nos asemejamos a viejos deportistas retirados que ya no pueden seguir el hilo de las conversaciones  porque solo pueden prestarle atención  a antiguas competiciones. Mudos y solitarios, los viejos deportistas retirados ya solo repasan viejas medallas. Para mí ser joven era soñar en sótanos, crecer en secreto, y de vez en cuando, cuando el amor me sonreía, comer carne cruda en los jardines. Cómo sonreía con la boca sangrante de amor. Todas mis sonrisas se merecían una foto.  Para qué demonios si no  sirven la juventud y el amor, sino es para fotografiarlos. En aquellos tiempos yo me sentía bronceado por la intensidad de todo lo que sentía. Hubo mujeres a las que en un momento determinado quise servir como un esc

¡Vaya tetas!

¡Joder! Perdona que te las esté mirando así. Son imanes. Es por el punto de fuga. Lo aprendí en Historia del arte, cuando estudiábamos pintura. Oye...son... ¿Son tuyas? A ver, claro que son tuyas, me refiero a que si son de verdad. Soy un inepto; No sé cómo hacer esta pregunta. ¿Son operadas? ¿No? A ver... Pero... ¿Te puedo tocar una? Ya. Ajá. ¿Y te puedo coger las dos y sopesarlas? Es que verás, yo soy libra; ya sabes, la balanza. Mira, a veces el tacto engaña. ¿Te las puedo chupar? ¿Puedo mirarlas fijamente siempre que tomemos café juntos? ¿Puedo meterme un pezón en un oído y ver qué clase de mar se oye? ¿Puedo apretarte una cada vez que piense en la muerte en mitad de la noche? ¿Y cuando simplemente estemos aburridos? ¿Puedo echarles queso rallado? ¿Puedo poner el móvil en modo avión para mirarlas mejor? ¿Crees que los hijos que nos nazcan dejarán algo de ellas para mí? ¿Me guardarás un poquito? ¿Cada día, unos pocos minutos,

Maldito poeta maldito

El verano me convierte en un lobo que por fin sabe dónde hay que mirar a las mujeres. Yo antes las miraba a la cara, extasiado, amable; casi intentando cantar con ellas la canción que me sugerían. Pero ya no. Ahora siempre que miro a las mujeres lo hago enfadado y afilando un cuchillo en algún rincón de mi mente. Se me ha terminado ese producto químico que nos permite convertir a los desconocidos en conocidos. Ya solo puedo pensar en gilipolleces: En lo extraña que ha sido siempre mi relación con los árboles (cuando era estudiante acariciaba sus cortezas y les pedía que me dieran suerte para los exámenes) Y en lo divertido que me resulta que el agua oxigenada haga que las heridas suenen como un vaso de Coca-Cola. Madurar, crecer, seguir. Al fin y al cabo todo está relacionado con aprender a sonreír mientras la vida te devora. Ya no quiero triunfar en ningún ámbito porque todas las esperas son un desierto. De adolescente soñaba con foll