Ya no tengo que preguntarme si terminaré por transformarme en un uniforme que da vueltas en la lavadora. Ahora sé que eso me pasará. Pende de un hilo que me convierta en alguien que se ha convertido en nadie. Todos los años de escritura y todas las palmaditas en la espalda serán para nada. Que nadie se engañe: este es el escenario de un crimen. Veo en el suelo dibujada con tiza la silueta asesinada del gran poeta que yo estaba llamado a ser. Ahora solo me apetece llegar a casa después del largo trabajo y dar un largo trago a algo mientras veo la tele y corto a tenedor y cuchillo mi largo filete de carne transgénica. En breve me convertiré en un hombre maduro que piensa en la poesía de esa forma cariñosa y lejana con la que otros piensan en esa chica a la que llevaron al baile del instituto. Y sin embargo, aún no va a pasar. Aún vuelo y pendo, por unas finas hebras, del aire mientras pienso en los grandes poemas que estoy a punto de sacar del barro. Al fin y al cabo, ¿no es esto la vida