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Mostrando entradas de febrero, 2021

La montaña rusa

Ya no tengo que preguntarme si terminaré por transformarme en un uniforme que da vueltas en la lavadora. Ahora sé que eso me pasará. Pende de un hilo que me convierta en alguien que se ha convertido en nadie. Todos los años de escritura y todas las palmaditas en la espalda serán para nada. Que nadie se engañe: este es el escenario de un crimen. Veo en el suelo dibujada con tiza la silueta asesinada del gran poeta que yo estaba llamado a ser. Ahora solo me apetece llegar a casa después del largo trabajo y dar un largo trago a algo mientras veo la tele y corto a tenedor y cuchillo mi largo filete de carne transgénica. En breve me convertiré en un hombre maduro que piensa en la poesía de esa forma cariñosa y lejana con la que otros piensan en esa chica a la que llevaron al baile del instituto. Y sin embargo, aún no va a pasar. Aún vuelo y pendo, por unas finas hebras, del aire mientras pienso en los grandes poemas que estoy a punto de sacar del barro. Al fin y al cabo, ¿no es esto la vida

Pensar en cómo revientas contra la acera

A., mi amigo periodista del W.P., vino el otro día a casa y durante un rato estuvimos hablando de lo que siempre hablan los hombres cuando les dejan a solas con otros hombres: dinero y mujeres. Al final es lo de siempre; ni el dinero es solo dinero ni las mujeres son solo mujeres. Se trata de dos varemos terrenales que pueden ayudarte  a computar cuánto te has acercado a tus sueños. Fue una tarde agradable. Los dos estábamos de suerte y ningún reloj nos apretaba la muñeca, por lo que las horas fueron floreciendo a su ritmo mientras la regábamos con cerveza y embutidos. A. me hizo rememorar una noticia ocurrida recientemente: un hombre saltó desde un séptimo piso y reventó contra la acera. Llevaba una nota de suicidio en el bolsillo: Era por si volaba Hasta ahí llegaba todo lo que yo sabía sobre la noticia. Lo que me dejó convulso fue lo que añadió A. El hombre que saltó desde un séptimo piso debió imaginarse reventando contra la acera de todas las posibles maneras; llevaba docenas de c

El año pasado

El año pasado, con el Covid, se terminó el estilo de vida de enjabonarte la cabeza mientras tarareas una pegadiza melodía. Las ciudades se han acordonado. En las calles, son los perros los que sacan a sus dueños con bozales  en la boca. En la tele hay discusiones políticas a todas horas y muchos anuncios de coches eléctricos que supuran mansedumbre y futuro. Por suerte, en las casas la intimidad sigue casi intacta. Yo, por ejemplo, me doy cuenta  de que el verbo pespuntar me recuerda a mi abuela, mientras prosigo con mi manía de sonreír mientras pelo patatas como si la vida fuera una maravilla.