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Mostrando entradas de septiembre, 2017

5 años

Ya hace 5 años que escribí Lagartos. La novela me descubrió muchas cosas, la más importante de ellas fue que, a nivel sentimental, entendí que ya podía fumarme un cigarrillo en el jardín trasero mientras veía mi casa arder. Si tuviera que volver a escribir una novela sería exactamente esta otra vez: están todos los temas que me importan y que he seguido ensayando de nuevo en casi todos los poemas. El texto fue acogido por mi pequeño círculo de amigos con opiniones muy dispares: "Hay personajes machistas", "hay conversaciones muy forzadas", "este personaje es muy inocente". Yo creo que en realidad, lo único que ocurre es que los personajes de la novela empiezan siendo demasiado jóvenes. Os dejo el primer capítulo, para mi funciona igual de bien que cuando lo escribí. 1 Disfrazado de esqueleto (un pijama negro al que su  madre le había enganchado con la plancha unos adhesivos de huesos) James Chamberlaine miró a Fabiana Marlowe

El perro

El perro es negro, es fiero,  es gigante y qué dientes. A veces el perro me mira desde la oscuridad con sus ojos brillantes. En otras ocasiones lo escucho venir detrás de mí. Cuando aprieto el paso para alejarme de él la pierna que me rompí el pasado año me sonríe con el ocasional relámpago que dejan  las heridas vencidas. Este maldito perro mordió hace dos años a mi abuelo y, sin embargo, sigue por ahí suelto haciendo de las suyas. Y ahora encima la ley prohíbe echar azufre en las esquinas. Tengo miedo y no solo por mí. Temo que este perro empiece a perseguir a mi madre, que empiece a olfatearla, a mirarla como me mira a mí a veces: desde la oscuridad y con los ojos brillantes. Cuando oigo al perro venir  en pos de mí intento auyentarlo, entretenerlo hablándole de los poemas y de las mujeres que vendrán en el futuro. Suele funcionar, aunque no es un método seguro. Cuando funciona el perro ralentiza su paso y aprovecho para echa

Un escritor famoso

No sé por qué escribo como si ya fuera un estor famoso. Como si todos me conocieran y estuvieran esperando mis palabras. Escribo como si mis pájaros hubieran echado a volar por todo el mundo en lugar de seguir aquí; pasa el tiempo, cada vez me crujen más los huesos de la espalda y mis pájaros siguen aquí, conmigo, copando las ramas del árbol de casa. A veces, como mucho, aciertan a posarse en el dedo del algún amigo. Y, sin embargo, es imposible escribir de otro modo, como si pensara que lo que digo no fuera especial o como si escribir no resultara ser una fábrica de sentido. Siempre que llueve creo que la lluvia viene a por mí; a derribar mi casa, a matarme, a llevarse las pocas joyas de mi madre y a arrastrar furiosa los álbumes de fotos de mi familia. La semana pasada apuñalaron a una joven frente a mi casa. Vi llegar a la policía: a los agentes, a los científicos y, por supuesto, con una a gruesa cámara colgada del cuello, al fotógrafo

Otoño

Septiembre. Se acerca mi cumpleaños. El verano ya lleva un buen chorro del whisky del otoño encima. Al viento le están saliendo los dientes y los árboles han comenzado con su hermosa quimioterapia. El oleaje se hace más agresivo. Cuando llego con la bici hasta la playa, veo las olas tirando del mar como si quisieran sacar del mar al mar. El otoño no tiene sentido si no eres un niño. Ya no está ese olor químico y esperanzador de los libros nuevos del colegio. Todo es viejo, sabido. Ya no hay reencuentros significativos. Para los adultos el verano no es ninguna pausa. La rueda de la vida, repleta de misterio, solo vuelve a ponerse en marcha de verdad para los niños. Ahora todo se me hace el mismo viaje en barco, sin escalas, hacia la vida y la muerte. Aun así, el otoño es mi estación favorita. Me gusta, más que nunca, cómo la noche lleva sus farolas. Los charcos. Las mujeres intensificando gradualmente su ropa hasta el gran apogeo del

Ciudades sin miedo

Pocos días después del atentado, los medios de comunicación han fabricado tanta información que ya empiezan a darme igual los heridos y los muertos. Lo que no me da igual es el miedo, el modo en que esta ciudad ha comenzado a afilar sus relojes. Cierran los metros pero circulan las opiniones. Hay nuevos gestos, nuevas maneras de ser sospechoso y, por supuesto, todo está lleno de maletas llenas con la posibilidad de la muerte. Después de décadas de afonía las sirenas de las ambulancias y de la policía han recuperado la voz y la capacidad de propagar el incendio del terror por los pajares de la ciudadanía. Como en las mejores campañas de publicidad las redes sociales han inventado una nueva necesidad; ahora después de un atentado te sientes obligado a clicar sobre un mensaje para tranquilizar a todos tus contactos: Estoy bien. Estoy a salvo de los atentados. Pero nadie está a salvo porque el crimen favorito del terror no es el asesinato, sino el allanamient