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Mostrando entradas de 2023

Fregar los platos

Cuando hablo de mi padre el paisaje se vuelve borroso como mi alma insegura. En sus últimos años mi padre tenía la mirada caduca de las cintas VHS. No sé hablar mejor de él. Cuando hablo de mi padre soy una bombilla. Parpadeo y doy bien la luz solo a veces. Quizá debería destituir la soledad de esta casa con un perro. Pero no. No quiero otro perro. Ya tuve una perra y sé que los perros no son más que niños que mueren de cáncer durante su adolescencia. Si los pájaros creen que las antenas de televisión son ramas de árbol, yo puedo dejar una manta sobre mi sofá y creerme que Andrea ha vuelto a quedarse dormida en mi casa. A veces pienso que si friego los platos muy bien todos mis seres queridos volverán conmigo.

La caja de galletas

Yo pensaba que una casa solitaria sería como una habitación sin monstruos, pero me equivocaba. Juré jugar con todas estas sombras y ahora no sé cómo voy a hacerlo. Hospitalizo mi tristeza. Insonorizo mi nostalgia. Lo malo de ser solo joven, en lugar de muy joven, es que te quedas sin tiempo para las tramas más interesantes. Yo antes podía ser feliz como un perro que se revuelca por la hierba. Pero ya no. Demasiado feísmo. Demasiado tener claro que en esta vida los malos siempre ganan, mientras que el alma es siempre un callejón sin salida. Lo malo de ser solo joven, en lugar de muy joven, es que te quedas sin tiempo para las tramas más interesantes. Ningún recién llegado conocerá a mi padre. Ya nadie podrá infiltrarse ni enraizarse en mí. A nadie que que desembarque hoy mismo podré mostrarle nunca la caja de galletas en donde guardaba los tesoros de cuando fui un niño.

Oscuridades

Anda que no tengo yo oscuridades. La peor es el miedo a haber dejado de brillar durante el resto de mi vida. Anda que no tengo yo oscuridades. La peor es la certeza de saber que no corregiré tanta muerte con ningún nacimiento. No traeré ninguna flor nueva a esta tierra calcinada. Anda que no tengo yo oscuridades. La peor es vivir con los circuitos apagados. No querer que nadie nunca más me prenda fuego. Ya no tengo ganas de decirle de nuevo a ninguna mujer que quiero coger un tren hasta su coño, que quiero que llegue la noche para bañarla, para pasarle una esponja por el cuerpo con la misma devoción con la que mi abuelo le pasaba un trapo húmedo a su amado Seat Ritmo. Anda que no tengo yo oscuridades. La peor es que aunque no sé de qué se trata hay algo de lo que ya no quiero más. Todo lo que no sea escribir y mesarme la barba mientras converso con mis fantasmas será ganarme la vida mientras la pierdo. Se termina la juventud. Se acaba la garantía de fuego. Anda que no tengo yo oscurida

De por qué desayuno siempre (y desayunaré siempre) leche con galletas

Soy un hombre más de salado que de dulce. Lo sabe todo el mundo. Ahora podría llevar más de 20 años sin comprar Nocilla si no hubiera sido por Andrea. Pero siempre he desayunado galletas y siempre va a ser así. El desayuno es lo que menos ha cambiado en mi vida y es la única comida que puedo replicar exactamente a como era en mi infancia. Siempre desayunaré leche con galletas, porque aunque mis abuelos y mi padre estén muertos, nadie puede prohibirme que vuelva a ser un niño de 8 de la mañana a 8:30.

Reencarnación en estornino

Soy un elefante que llora escuchando Beethoven. Estos días he caminado mucho por los caminos de la playa. Me encuentro con mucha lavanda que cabecea con el viento. La cojo. La aplasto entre las yemas de mis dedos y su olor es el de un mundo que funciona mejor. Siempre que huelo lavanda recuerdo un documental  que vi por la tele, en el que explicaban que los egipcios frotaban con lavanda los cadáveres para ahuyentar el olor a muerte. Camino por los caminos de la playa mientras se acalla todo el bullicio sentimental. Ahora que casi reina el silencio tengo claro que si algo  me ha demostrado Dios es su propia inexistencia. Da igual  que Dios no exista, existen los estorninos, con su pecho manchado de cosmos, y con su canto, al que los dioses solo podrían envidiarlo. Andrea se ha marchado mientras el viento de setiembre intenta quitarme las mosquiteras que ella fijó en todas las ventanas de casa. Setiembre es un niño que da portazos. Cómo nos reíamos en casa cuando le decía a Andrea que lo

Cuadros robados

Me sigo hallando en un punto intermedio entre el esparto y los olivos de Extremadura y las películas sangrientas y líricas de Takeshi Kitano. La diferencia es que estoy dejando de ser asombroso. La juventud es un pelaje que voy perdiendo para convertirme solo en un hombre hecho y deshecho en el Prat de Llobregat. Mis sueños con Andrea han resultado ser cuadros robados de un museo. Triste, y alegre tras haber filmado un buen final, voy perimetrando mi duelo mientras me pregunto si esta casa volverá a llenarse con nuestras carcajadas mientras jugamos al Mario Kart. Triste, y alegre, pero con el corazón parcialmente nublado, sé que ha sido bueno que Andrea poblara esta casa. Este ático mío con sus cinco rellanos y sus 96 peldaños cortos, que de niño yo jugaba a subirlos a cuatro patas como si fuera un mono.

El hombre y los animales

A mi abuelo, el médico de la fábrica le decía que comiese carne caballo porque era bueno para el hígado. A un tío mío, le recomendaron grasa de ballena para conservar el tapizado del sofá. Mi padre, cuando yo era pequeño, compraba sesos de cerdo y se hacía bocadillos después de freírlos. Mi madre, de niña, me contaba que bebía sangre de cerdo. No estoy hablando de morcilla, sino de que vendían sangre de cerdo refrigerada en bolsas de plástico para que la gente la tomara como un refresco. Hoy he visto a un ciego estirando con furia, con resquemor del arnés de un perro lazarillo. Se trataba de un Golden. Un Golden tan grande y tan bueno que en lugar de ser el perro de un ciego, se merecía ser el perro de un dios. 

Efervescencia programada

Mi madre está bien de salud. Bueno, no. Está mal pero está igual de mal que siempre. El problema no es ese. El problema es que mi madre está efervesciendo. Mi madre se me diluye como si los años la estuvieran rebajando con agua. Ya no escucha La Pantoja, ni George Michael, soy yo, su hijo, quien ha recogido el testigo de las cosas que le gustaban. Ahora soy yo quien tararea Marinero de luces o Freedom mientras hago las tareas de casa. Ayer me preguntó por teléfono a qué partido tiene que votar. Estoy empezando a ser yo quien tiene que decirle a mi madre quién es. Menudo overbooking de sombras. Menudo fastidio. Menuda tristeza este bajo grado de beligerancia que tiene mi madre para preservarse del fuego, del hielo, del tiempo o de lo que sea que quiera deshacerla. Mi madre se está derritiendo y yo soy su bastión de identidad. Qué curioso que esta madre aguada me esté convirtiendo en un ser tan altamente inflamable. Pero mi madre está bien. La muerte aún no aúlla en su puerta. Esto trata

Adulto

El viento de la calle no me aterra para nada. Ridículos y peligrosos, lo somos todos como bombonas de butano maltratadas. Uno abandona la infancia saliendo a buscar algo que nunca llega. Las tejas del tejado eructan aunque sepan que así no me asustan. Antes, de joven, lo deseaba todo como los perros desean a las perras. Ya no. Ya no deseo nada. No puedes desear de esa manera cuando guardas las cenizas de tu padre en casa. Florece la noche y salen las arañas. Solo los olores antiguos logran relectrificar el corazón. Florece la noche y un raro terror a quedarnos sin espaguetis nos azuza a Andrea y a mí.

Todas las muertes que trataron de matarme

Cuenta mi madre que yo nací más amarillo que un Simpson. Ictericia neonatal. Todos los barrenderos de la ciudad maldiciendo la caída de las hojas de los árboles mientras un niño amarillo berreaba apretando los puños en el hospital. Esa fue la primera de las muertes que trataron de matarme. La segunda fue a los siete años. Estaba en el colegio y no quise comerme el bocadillo. Paseaba por el recreo cabizbajo, con las manos apretándome la barriga. Estaba tan triste que en lugar de un niño parecía un adulto.  Así de brutos eran los retortijones que me acuchillaban la barriga. Por suerte, nada más enterarse, mi abuelo me llevó con su coche a San Juan de Dios. Una doctora simpática me cogió de la mano mientras la anestesia me atontaba: ¿Cuál es tu serie favorita? Me preguntó Los Transfomers, señorita le respondí yo. La tercera muerte que trató de matarme fue a los 10 años. No recuerdo el motivo, pero por alguna razón crucé corriendo por la carretera poniendo a prueba los reflejos de aquel co

Una bengala en la noche

El otro día me llamaron para contarme que una de las gemelas se ha suicidado. No soy capaz de encarnar todo el asombro que siento. Laura está muerta. Me lo han dicho y solo he podido pensar en ella durante un segundo. Después he maldecido a Dios un par de veces y enseguida me he metido en la cocina a silbar mientras me preparaba la comida. Ojalá pudiera resumirlo todo diciendo que la vida de Laura ha sido breve y resplandeciente como una bengala en la noche. Pero no. Laura tenía el cerebro roto. Se lo averiaron de tal modo que lejos de dejarse llevar por un impulso Estoy convencido de que se asesinó meticulosamente. Se ve que aparcó en un descampado y conectó una manguera al tubo de escape para que el coche se le inundara de monóxido de carbono. ‘Muerte dulce’ lo llaman en las películas. Permitidme el chiste, al menos, Laura ha tenido una muerte de cine. Intento sobrescribir mi estupor con la primavera que entra por las ventanas. Sin embargo, hay una cosa que no logro quitarme de la ca

Fantasmas

Todos los grandes momentos de la vida son como cuando pasas de caerte siempre en la bici a llevar, de repente, el equilibrio perfectamente. Es cutre. Es violento. Es booleano pero cambias de golpe aunque sean los golpes los que te hagan cambiar. Un día te levantas, te lavas la cara y te das cuenta de que ya está; ya hay otra cosa más del pasado que ha empezado a darte igual. Solo siguen los muertos de uno; mi abuelo, mi padre tan cotidianos como electrodomésticos de hectoplasma que solo sirven para que esta casa tenga sus fantasmas.

Muñecos de nieve

Hijo, por culpa de mi padre la muerte me aprieta en el zapato. Andrea y yo no te estamos teniendo. Yo, al menos, sé que te estoy cambiando por la experiencia de echarte de menos. Por la experiencia de venir aquí a hablarte a ti, hijo, de mi padre muerto. Verás, la muerte de tu abuelo fue tan normal, tan racional, que cuando me dieron la noticia no pude apartar de mi cabeza la lista de la compra. Tu abuelo y la muerte eran la balada de una rama que se dejaba arrastrar por la corriente. Lo que me hubiera gustado, hijo. Lo que me hubiera impresionado hasta el punto de ponerme de punta las entrañas hubiera sido verle nacer. Ver a mi padre irrumpir en este mundo con los puños cerrados. Verle llegar rompiendo la nada en un día tan blanco que su final aún no estuviera escrito. Eso quiero, hijo. ¿Tú me puedes dar eso? Oír a mi padre gritar, llorar y reclamar la vida que dejó de reclamar cuando se le encorvaron la espalda y las esperanzas. A veces mi padre me miraba sorprendido, nervioso como s

Un viejo

Mira, a mí me gustan los domingos; me levanto solo una hora más tarde, pero tuesto pan, le restriego un ajo, le pongo aceite y lo mojo en café con leche. A mí me gustan los domingos, el resto de días tengo que levantarme una hora antes, no hago tostadas, y cuando las hago no me saben a nada.

Lista de la compra

 Andrea, aunque la vida no dura bastante,  sí es bastante dura. Por eso,  la próxima vez que compres cereales,  procura que sean de chocolate.