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Todas las muertes que trataron de matarme

Cuenta mi madre
que yo nací más amarillo
que un Simpson.

Ictericia neonatal.

Todos los barrenderos de la ciudad
maldiciendo la caída de las hojas
de los árboles
mientras un niño amarillo
berreaba apretando los puños
en el hospital.

Esa fue la primera de las muertes
que trataron de matarme.

La segunda fue
a los siete años.

Estaba en el colegio y no quise
comerme el bocadillo.
Paseaba por el recreo cabizbajo, con las manos
apretándome la barriga. Estaba tan triste
que en lugar de un niño
parecía un adulto. 
Así de brutos
eran los retortijones
que me acuchillaban la barriga.

Por suerte, nada más enterarse,
mi abuelo me llevó con su coche
a San Juan de Dios.

Una doctora simpática
me cogió de la mano mientras
la anestesia me atontaba:
¿Cuál es tu serie favorita?
Me preguntó
Los Transfomers,
señorita

le respondí yo.

La tercera muerte que trató de matarme
fue a los 10 años.
No recuerdo el motivo,
pero por alguna razón
crucé corriendo por la carretera
poniendo a prueba
los reflejos de aquel conductor.

A los pocos días le pregunté a mi madre
si existía Dios.
Me dijo que sí,
¿cómo lo sabes?
le pregunté.
Lo sé porque aquel conductor
no te atropelló,

me dijo categóricamente,
sin ninguna sombra de duda.

La cuarta muerte que trató de matarme
ocurrió cuando yo tenía 20 años.
Mi perra se desmayó en el salón de casa
y empezó a soltar espuma por la boca.
La llevé al veterinario.
Me dijo que no se podía hacer nada.

No hicimos nada
y la nada lo hizo todo.

La quinta muerte que trató de matarme
fue cuando yo tenía 30 años.
Mi abuelo me llamó por teléfono
para decirme que no fuera a verle al hospital.
Se trataba solo de una gastroenteritis.
Al día siguiente le daban el alta
y era mejor
que nos viéramos en su casa.

La última muerte que ha venido a matarme
tiene el sonido de unos pasos en la escalera.
Un tío mío
que había perdido 
mi teléfono
vino a contarme
que la policía
había encontrado el cadáver de mi padre.

Muerte.
Muerte, ya da igual lo que hagas.
Nunca vas a superar lo de mi perra
soltando espuma por la boca
en el salón de casa.

Desde entonces
soy un hombre oscuro,
realista
y bien acicalado 
para recibir
lo más inesperado.

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