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Mostrando entradas de noviembre, 2017

El rey de toda esta ciudad

Un día, paseando con Ernesto por el barrio de Gracia, le tiré a mi amigo de la manga, mientras pasábamos por la calle de Mozart y le dije, poniendo una sonrisa que servía de portada para una hermosa historia: Eh, Ernesto aquí vivía Carla. Guisaba para mí. Me refiero a que me escribía cartas de amor de pollo con ciruelas en interlineados de ensalada con frutos secos. Una vez, Carla llegó a repartir dinero entre sus compañeros de piso para que se marcharan y nos dejaran cenar tranquilos. Recuerdo con especial cariño una ocasión en que me recibió disfrazada de Ariadna: al abrir la puerta de su casa me encontré con un rastro de hilo rojo de lana que me condujo hasta su cuarto. Al entrar, la hallé en su cama desnuda y al verme prorrumpió en un grito horrorizado: ¡Socorro! ¡Ayuda! ¡Se me ha colado un minotauro! Oh, ahora lo noto, el dolor en el reloj. Qué tiempos tan buenos. Teníamos las manos llenas de un oro que entonces era invisible. Nunca me lo

Días de corrección

Todos mis pájaros siguen vivos. Los más recientes son yo. Son yo con alas, mirándome desde las ramas. El resto ya no se parece tanto a mí, pero me siguen mirando y lo que cuenta es que siguen vivos. Todos, y son muchos. Algunos han perdido un ojo durante la batalla del tiempo. A otros, les he tenido que corregir el plumaje. Pero están ahí, vivos, curiosos. Cada uno con su tiempo y con su sangre. Todos son certeros. Me creo sus canciones, fueron las mías. En el fondo, casi todos hablan de lo mismo y miran a las chicas como se mira al mar o al fuego: de una manera infinita. Es normal. Las cosas tan hermosas nunca se terminan. Mi abuela hacía unas sopas tan calientes que las cucharadas parecían aviones incendiados. Soplábamos y soplábamos antes de que me las llevara a la boca, pero lo cierto es que aquel calor nunca se termina. Todo lo que sabes, todo lo que imaginas continúa siempre funcionando. Y qué hermoso es este gerundio que no deja que

La maldición de los Legrán. Niños radiactivos. El estirón y los caballos muertos

La maldición de los Legrán Siempre supe que se me caería el pelo: Yo conocí a mi bisabuelo. Tenía la casa llena de pájaros y de joven fue minero. Siempre pensé que era un hombre malo porque en mis fantasías de niño pequeño creía que se llevaba los pájaros a la mina. Me imaginaba a mi bisabuelo con el casco con linterna, el pico y la pala. De vez en cuando dejaba de picar para echarle un vistazo al pájaro con el que bajaba. Si el pájaro había muerto el bisabuelo salía corriendo de la mina. Uf, ha ido de un pelo -exclamaba, pasándose un brazo por la frente, el maldito viejo. La cosa es que mi padre siempre ha llevado en la cartera una foto suya acompañado por su padre (mi otro abuelo) y por el asesino de pájaros. Mira, Iván - me decía mi padre. Míranos a los tres. Las tres edades. Yo le matizaba: Las tres edades no...  ¡Las tres calvas! Y entonces mi padre, dolido y vengativo me lanzaba la siguiente maldición gitana