El viento de la calle no me aterra para nada. Ridículos y peligrosos, lo somos todos como bombonas de butano maltratadas. Uno abandona la infancia saliendo a buscar algo que nunca llega. Las tejas del tejado eructan aunque sepan que así no me asustan. Antes, de joven, lo deseaba todo como los perros desean a las perras. Ya no. Ya no deseo nada. No puedes desear de esa manera cuando guardas las cenizas de tu padre en casa. Florece la noche y salen las arañas. Solo los olores antiguos logran relectrificar el corazón. Florece la noche y un raro terror a quedarnos sin espaguetis nos azuza a Andrea y a mí.