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Mostrando entradas de octubre, 2018

Paula

Ya no te recuerdo bien del todo. En mi memoria comienzas a tener el pelo grande y los ojos largos. Aun así, t odavía te maldigo. ¿Por qué cojones nunca quisis- te tomarte una cerveza conmi- go? ¿Por qué siempre me condenaste a hablarte den- tro de putas cárceles de cinco minutos?

Sara, te voy a contar cómo moriré

Hace tiempo predije en un poema que, seguramente, la muerte dentro de muchos, muchos años, me sobrevendría a través de un infarto. ¡Ja!, ¿de qué otra cosa podría morirse un poeta? Sin embargo, en realidad, quiero que sepas que lo más probable es que yo muera de un fuerte traumatismo craneal. Hace doce años mi abuelo me instaló unas estanterías que dan la vuelta entera a mi cuarto: Le observé mientras trabajaba. Posaba sus manos, tan secas y viejas que parecían de esparto, sobre los estantes y haciendo fuerza me decía con una sonrisa: es imposible que esto ceda. Pero han pasado tantos años y yo leo tanto que la verdad es que el estante que hay sobre mi cabeza ya se está combando. Todas las novelas de Mishima, dos Quijotes, las Hojas de hierba de Walt Whitman... Toda la cultura del mundo ejerciendo presión a dos metros sobre mi cabeza. Por la noche, Sara, la casa hace ruidos. Esto iba a ser un poema de amor, y lo ha sido: Acabo de e

Carne cruda

Los nuevos poetas no cocinamos nunca. Por ejemplo: sacamos de la nevera un paquete de carne cruda, rompemos el envoltorio, y luego lo abandonamos todo sobre el mármol de la cocina. Y eso es lo que se filma: el inicio del mal olor y la llegada de las moscas, las hormigas y del resto de insectos. Y ahí no se acaba la cosa. Los nuevos poetas vamos más lejos. Seguimos recreándonos en el olor fétido de la carne que se va corrompiendo. Registramos cómo, tras varios días madurando planes, el hedor a muerte se da cuenta, por fin, de que puede escaparse pasando por debajo de las puertas. La gente comienza a arrugar la nariz al pasar por el rellano. Las malas, y también las buenas, lenguas comienzan con las habladurías. 3 ó 4 vecinos se arman de valor, se acercan a la puerta y pican. Nada. Nadie. Solo un montón de insectos celebrando una fiesta en su palacio de putrefacción. Finalmente, acude la policía. Los agentes comienzan a tomar declaraciones. Se avis