Hace tiempo predije en un poema que, seguramente, la muerte dentro de muchos, muchos años, me sobrevendría a través de un infarto. ¡Ja!, ¿de qué otra cosa podría morirse un poeta? Sin embargo, en realidad, quiero que sepas que lo más probable es que yo muera de un fuerte traumatismo craneal. Hace doce años mi abuelo me instaló unas estanterías que dan la vuelta entera a mi cuarto: Le observé mientras trabajaba. Posaba sus manos, tan secas y viejas que parecían de esparto, sobre los estantes y haciendo fuerza me decía con una sonrisa: es imposible que esto ceda. Pero han pasado tantos años y yo leo tanto que la verdad es que el estante que hay sobre mi cabeza ya se está combando. Todas las novelas de Mishima, dos Quijotes, las Hojas de hierba de Walt Whitman... Toda la cultura del mundo ejerciendo presión a dos metros sobre mi cabeza. Por la noche, Sara, la casa hace ruidos. Esto iba a ser un poema de amor, y lo ha sido: Acabo de e