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Sara, te voy a contar cómo moriré

Hace tiempo
predije en un poema
que, seguramente, la muerte
dentro de muchos, muchos años,
me sobrevendría a través de un infarto.
¡Ja!, ¿de qué otra cosa
podría morirse un poeta?

Sin embargo,
en realidad,
quiero que sepas
que lo más probable
es que yo muera
de un fuerte traumatismo craneal.

Hace doce años
mi abuelo
me instaló unas estanterías
que dan la vuelta entera a mi cuarto:
Le observé mientras trabajaba.
Posaba sus manos, tan secas y viejas
que parecían de esparto,
sobre los estantes
y haciendo fuerza
me decía con una sonrisa:
es imposible que esto ceda.

Pero han pasado tantos años
y yo leo tanto
que la verdad
es que el estante que hay sobre mi cabeza
ya se está combando.
Todas las novelas de Mishima, dos Quijotes,
las Hojas de hierba
de Walt Whitman... Toda la cultura del mundo
ejerciendo presión
a dos metros sobre mi cabeza.

Por la noche, Sara,
la casa hace ruidos.

Esto iba a ser
un poema de amor,
y lo ha sido:
Acabo de explicarte
cómo los estantes
que mi abuelo le puso a su nieto que tanto lee,
más tarde o más temprano,
acabarán por propiciarme la muerte.

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