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Por el camino de la playa

Annie nunca quiso escaparse conmigo.
Robar bancos.
Huir.
Registrarnos juntos en hoteles
usando nombres falsos
de ladrones famosos.

Podríamos haberlo hecho. Podríamos haber
migrado constantemente
hacia veranos como este
en el que apenas llueve
pero en el que las tormentas
eléctricas
hacen que el verano no pare
de rechinar los dientes.

Hubiéramos ido a lugares peligrosos.
Depósitos de agua
con las patas frágiles
y rayos
que hacen que la gente mire al cielo
mientras acaricia el lomo de sus biblias.

Podríamos haber viajado en coche
sonriendo hacia el futuro.
El mundo entero hubiera sido
tan solo
un montón de polvo
y de cadáveres
detrás de nosotros.

Se podía. A esa edad
se podía hacer de todo. Alimentarnos
del sol reflejado en los charcos.
Ser salvajes y olvidarnos
de que en casa
para leer y para ver la tele
necesitamos ponernos las gafas.

Pero Annie no quiso
y ahora la vida
ejerce sobre mí
una mirada marchita.

Camino, aburrido y furioso
por el camino de la playa.
Este es uno de esos sitios
que te invitan a que hables solo
mientras estás caminando.

El aeropuerto está justo al lado.
Los aviones van aterrizando
y sus turbinas lanzan un viento del desierto.
A veces puede verse
cómo retiran algún avión
para limpiarlo o repararlo
y entonces siempre pienso
que no hay nada tan triste y peligroso
como un avión viejo.

Hay un macizo de claveles
y las mujeres
los van arrancando
para prendérselos en el pelo.

La gente anda mientras mira el móvil,
o va en silencio,
o corre
poniendo esa cara fea y dramática
de quien se concentran solo
en dar un paso más.
Hagan lo que hagan
todos estamos aquí
porque moverse
ayuda a descomprimir
la soledad y la rabia.

Por el camino de la playa,
entre aburridos y dolorosos,
todos estamos aquí
porque alguien no quiso
escaparse con nosotros.




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