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Mostrando entradas de diciembre, 2019

Las partes de mí

El hijo de la Montse es igualito que la Montse. La gente que apenas nos conoce siempre dice eso. Y a primera vista, es verdad. Mi madre y yo no solo tenemos la misma cara, sino que también tenemos la misma voz pastosa y la misma letra encorvada y monstruosa. Y sin embargo, de mi padre tengo todo lo demás. Los andares, la bebida, la violencia siempre contenida, pero siempre a punto de pasarse de la raya. Los ademanes tan toscos, que la gente duda entre si debe dejarme o no jugar con los niños. Y lo peor de todo es que ambos tenemos el mismo mechero con el que le prendemos fuego a todo enseguida.

Espacio publicitario

Si alguna vez me publican, cerraré mi blog de poesía con la siguiente entrada:
 “Cerrado por triunfo”. 
Después, cuando cobre fama, cuando mis lectores ahuequen sus manos sobre el oído de sus amigos y les digan: “tienes que leer a este tío” llamaré a los de Damm y me ofreceré para hacer spots para ellos. Tengo varias ideas. Por ejemplo: un tío o una tía se pide una Voll-damm se la sirven, prueba un sorbo, sonríe con cierto arrobo, aparta la cara y la cámara funde a negro:

 Voll-damm convierte lo normal en una celebración. La otra opción es que aparezca yo. Iván Legrán, el poeta, le da un sorbo a una Voll-Damm y hace lo que siempre hace cuando prueba una: sonreír, suspirar, alejar un palmo la botella para volver a leer la etiqueta como si allí fuera a encontrar por fin una explicación de por qué se produce esa sensación de reencuentro. Porque hay un reencuentro: es entre yo y el yo más feliz violento y vulnerable que existe. Porque a vece

Listar las cicatrices

Por el momento, no tengo tantas cicatrices como pensaba. No me da para manufacturar una horología personal ni detallada. Pero me apetecía empezar un listado con las cicatrices que tengo por el cuerpo. Pienso que a medida pasen los años será interesante ir ampliando el listado para elaborar un catálogo con todo lo que me va haciendo el paso por el tiempo. 1 De cuando me operaron los Decepticons Llevaba dos días sin ir al baño. A la hora del patio, me arrastraba por el colegio doblado y con las manos sobre la barriga mientras me seguía una camarilla de compañeros que me decía que no me preocupase porque ellos habían tenido dolores de barriga peores. Mi abuelo me llevó al hospital en su coche. Me hicieron un tacto rectal y empecé a gritar para que viniera mi abuela a expulsar a esa caterva de doctores asegurándoles que ella podía curarme con unas friegas con aceite en el vientre. Tenía una apendicitis que estaba a punto de cruzar la línea de meta para ser una peritonitis, así que me opera

Un gran silencio

Irene y yo fuimos amigos durante más de 10 años. Hace más de uno que ya no nos hablamos y nunca le hablo de ella a nadie. A veces me sorprendo tarareando alguna de las canciones que ella y yo nos cantábamos cuando íbamos juntos por la calle. Cuando me pasa eso me doy una bofetada mental y trato de pensar en cualquier otra cosa. No escribo poemas sobre ella y cuando, de tanto en tanto, sueño con ella tampoco se lo cuento a nadie, como si para mí el amor fuera un pan que yo tuviera que comerme en secreto. Me hace mucha gracia que Andrea se llame Andrea porque el novio de Irene se llama o se llamaba Andrés. A veces una mano me aprieta el cuello pensando que podríamos estar los cuatro en un bar riéndonos de que Andrea se llame Andrea y Andrés, Andrés. El otro día soñé con ella, con Irene: Yo estaba en un bar con un amigo tomando una cerveza y entonces ella entraba de repente. Ambos nos reconocíamos pero evitábamos mirarnos y saludarnos; como cu

Relojes

Qué coincidencia. En nuestro primer aniversario, Andrea me ha regalado un reloj y yo le he regalado otro a ella. Ella me ha dado un Vostok Komandirskie. Es un reloj que usaban los comandantes rusos. Es un reloj feroz, eficaz y agresivo, hecho para durar y ser bonito a pesar de los arañazos del día a día. Del mismo modo, Andrea y yo esperamos que nuestro amor dure y sea bonito a pesar de los arañazos del día a día. Como mi madre ha empezado a ver que me gustan los relojes hoy me ha dado el último que usó mi abuelo. Yo nunca me había atrevido a preguntar por él porque soy tonto y pensé que mi abuelo lo llevaría puesto mientras metían su cuerpo  en el horno crematorio. Lo curioso es que yo apenas recordaba el reloj, pero ahora que he vuelto a verlo me he acordado de cómo mi abuelo fruncía el ceño y apretaba sus espesas cejas de búho mientras se fijaba en la hora. Cuando mi madre me lo ha dado me he sentido agradecido como un viajero al que le