Me sigo hallando en un punto intermedio entre el esparto y los olivos de Extremadura y las películas sangrientas y líricas de Takeshi Kitano. La diferencia es que estoy dejando de ser asombroso. La juventud es un pelaje que voy perdiendo para convertirme solo en un hombre hecho y deshecho en el Prat de Llobregat. Mis sueños con Andrea han resultado ser cuadros robados de un museo. Triste, y alegre tras haber filmado un buen final, voy perimetrando mi duelo mientras me pregunto si esta casa volverá a llenarse con nuestras carcajadas mientras jugamos al Mario Kart. Triste, y alegre, pero con el corazón parcialmente nublado, sé que ha sido bueno que Andrea poblara esta casa. Este ático mío con sus cinco rellanos y sus 96 peldaños cortos, que de niño yo jugaba a subirlos a cuatro patas como si fuera un mono.