No sé quién me puso el apodo de Big John. El caso es que siempre me ha parecido un apodo precioso, conciso; el apodo que debería llevar un vaquero en lugar de un poeta. Eso me gusta. Siempre he dicho que el arte de verdad es peligroso. Me gusta la idea de ser un pistolero del lenguaje. Vosotros que habéis estudiado literatura, y que ya le habéis dado la vuelta entera al mundo de las palabras, sabéis que menos es más. Como decía Francisco Umbral que decía Pío Baroja al hablar de una calle: era larga y olía a pan. Y ya está. Ya sabemos lo que tenemos que saber de esa calle. Me gustaría pensar, sin falsa modestia, más bien con un infantil egotismo, que quien me puso Big John creía que lo que había que saber de mí era solo eso: que soy John el grande. Sin embargo, sé que en realidad solo fue un juego de palabras: mi apellido puede traducirse al inglés como el grande. Eso es todo. De esa estupidez tierna emergió este apodo que me ha acompañado durante tantos años. Sí, durant