No sé quién me puso el apodo de Big John.
El caso es que siempre me ha parecido un apodo precioso, conciso; el apodo que debería llevar un vaquero en lugar de un poeta. Eso me gusta. Siempre he dicho que el arte de verdad es peligroso. Me gusta la idea de ser un pistolero del lenguaje.
El caso es que siempre me ha parecido un apodo precioso, conciso; el apodo que debería llevar un vaquero en lugar de un poeta. Eso me gusta. Siempre he dicho que el arte de verdad es peligroso. Me gusta la idea de ser un pistolero del lenguaje.
Vosotros que habéis estudiado literatura, y que ya le habéis dado la vuelta entera al mundo de las palabras, sabéis que menos es más. Como decía Francisco Umbral que decía Pío Baroja al hablar de una calle: era larga y olía a pan. Y ya está. Ya sabemos lo que tenemos que saber de esa calle. Me gustaría pensar, sin falsa modestia, más bien con un infantil egotismo, que quien me puso Big John creía que lo que había que saber de mí era solo eso: que soy John el grande. Sin embargo, sé que en realidad solo fue un juego de palabras: mi apellido puede traducirse al inglés como el grande. Eso es todo. De esa estupidez tierna emergió este apodo que me ha acompañado durante tantos años.
Sí, durante tantos años. Pero quiero que sepáis que no me siento viejo. Los poetas son jóvenes o no son poetas. Ya me entendéis.
Antes he hablado de infantil egotismo… Voy a haceros una falsa promesa: voy a parar de hablar de mí. Entended que dejar de hablar de uno mismo es extremadamente difícil para alguien que ha convertido su vida entera, la pública y la privada (y sobre todo, la íntima), en fascículos para vosotros.
No quiero hablar de lo que os espera ahí fuera, sino aquí dentro (tocarse con el dedo índice la sien).
Es bueno que hayáis pasado por esta facultad. Sin duda es bueno que hayáis pasado por todo esto. Pero nadie puede enseñaros a ser grandes lectores, grandes docentes o incluso grandes escritores.
Cuando era un crío, yo también participaba en ese absurdo debate de: ¿Son más difíciles las Ciencias o las Humanidades? Yo siempre decía que las Ciencias eran más complicadas, pero las Humanidades más difíciles. Porque las Ciencias requieren más esfuerzos y más inteligencia. Pero en las Humanidades estás completamente solo. Cuando te sientas a leer, y piensas que leer es útil, o te sientas a escribir y piensas que tienes algo que decir, el único que puede financiar ese proyecto eres tú. Y eso es lo intrínseco de las Humanidades. Lo queráis o no, estáis aquí para refinar vuestra intimidad aprendiendo a quedaros solos.
¿Os cuento algo muy curioso? A lo largo de toda mi vida, mis profesores, mis amigos, y sobre todo mis amantes, pensaron que yo me exorcizaba con la poesía. Que en cada poema yo destilaba mis preocupaciones y mis tristezas y blablabla. Quiero deciros que se equivocaban. Creo que casi nunca hablo de las cosas importantes. Cuando mi padre cumplió 60 años nos reunimos en una cafetería de Wisconsin. No fue un día alegre. No celebramos nada. ¿Sabéis que me dijo mi padre? Que desde que había perdido los dientes no había vuelto a ser el mismo. Se quitó la dentadura delante de mí y fue horrible ver cómo se le metían los labios para dentro y se convertía en una calavera. ¿Y sabéis qué? Nunca hablé de eso en ningún poema. Tenía muy claro que tenía que hacerlo, pero lo fui postergando y al final nunca lo hice. Dios mío, ¿pero no se supone que ese es un momento importante de mi vida? ¿Acaso no supuso un momento crucial en mi vida ver a mi propio padre enseñándome su vejez y su fragilidad sin paliativos? Pues no hay ni rastro de eso en mi poesía.
Dos semanas después de ese encuentro con mi padre fui al supermercado con Grace, mi esposa. Me dijo que jugásemos a un juego: yo tenía que irme a una parte del supermercado y ella a la otra, y los dos teníamos que regresar al cabo de 10 minutos con algo que pudiera hacerle feliz al otro. Para ambos fue fácil acertar; a mí me había tocado la parte del supermercado donde estaban los helados, así que le llevé su helado favorito. Ella apareció al cabo de 10 minutos cargada con un montón de latas de cerveza. Me dijo que había ganado ella, porque yo le había llevado solo un helado, mientras que ella me había traído un montón de cervezas. Sobre esa gilipollez del supermercado he escrito varios poemas a lo largo de mi vida. Supongo que porque en realidad no fue una gilipollez.
Hace cinco años, Grace, en otro supermercado, se transformó en zombie. La redujeron delante de mí. Tampoco he escrito ningún poema al respecto. Lo que intento deciros es que, si habéis estudiado Humanidades, más os vale que eso signifique que creéis en vosotros mismos, porque nadie más lo va a hacer. Porque esto va de no seguir ninguna convención. No hay patrones, ni métodos, ni nadie os puede formar en ser vosotros mismos. Puede que los momentos más importantes de vuestra vida ni siquiera sean los que deberían ser.
No lamento el balazo con el que me despido de vosotros. Ya os he dicho que Big John era el apodo ideal para un pistolero.