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Mostrando entradas de abril, 2020

Frivolidad

La vida es muy corta. El tiempo pasa volando, excepto cuando esperas un paquete de Amazon.

Walking Dead

No voy a volver a ver ni un solo capítulo más de Walking Dead. Siempre que dos personajes se quedan a solas empiezan a enredarse en discursos elevados sobre la vida y la muerte. A ningún personaje le duele la cabeza, ni se lava los dientes, ni se queja de que le duelen los huevos después de pasarse todo el día huyendo de los zombies en moto. En definitiva, se les ha olvidado que los vivos están vivos y necesitan decirse gilipolleces aunque se pasen todo el rato intentando escaparse del pilla-pilla de la muerte. Yo siempre he pensado que la vida es tan importante que no necesita conversaciones importantes, sino disparates: dispararnos con nuestra normalidad los unos a los otros hasta que la muerte nos separe.

Si He-Man levantara la cabeza

Si He-Man levantara la cabeza, enseguida volvería a agacharla. Y así, cabizbajo, regresaría hasta su desportillado trono en Greyskull, se abriría una cerveza y, tras el primer trago. caería en la cuenta de que su tiempo ya ha pasado.

¡Me cago en La Habana!

Supongo que era por su rudimentaria educación religiosa, pero para haber pasado una guerra, con su hambre, sus bombas, sus enemigos y sus cadáveres atascando los ríos, mi abuelo hablaba con mucha corrección; nunca blasfemaba, nunca se cagaba en Dios, ni en la virgen; ni siquiera en ningún santo por menor que fuera su cargo. Lo que sí hacía mi abuelo, como hacer caca es inevitable, era cagarse en Diez o en la Mar Serena. Las dos expresiones me hacían mucha gracia por motivos obvios. Imaginarme a mi abuelo cagándose sobre la cara de diez personas… ¿Y por qué en diez? ¿Cómo las elegía? ¿Tenía que estar enfadado con diez personas a la vez para poder decir que se cagaba en Diez? Me hace gracia pensar en mi abuelo apuntando en una lista el nombre de la gente que le iba cayendo mal hasta que por fin llegaba a diez y podía cagarse en ella. Pero todavía me parecía más raro lo de cagarse en la Mar Serena. ¿Es que mi abuelo prefería el mar embravecido? ¿

Cuando volvamos a la calle

Cuando salgamos a la calle estaremos más pálidos que nunca. Tendremos que hacernos visera con la mano, o mejor, usar gafas de sol como si fuésemos vampiros recién curados. Las primeras visitas serán las fundamentales. Como una carta de amor escrita con la tinta invisible de las cosas importantes: yo primero iré a ver a Andrea, luego a mi padre, y luego pienso irme con Ernesto a ponerme morado a cervezas. Después ya me enfrentaré al mundo con los puños cerrados y chutando piedras como siempre. Ya no hay distopías. Ahora ya es seguro que el mundo se va a convertir en la película de terror que lleva tanto tiempo dándonos miedo. Pero no pasa nada. Porque aunque pase todo, todo se va a convertir en algo tan espantoso y real como un perro comiéndose una paloma muerta en la acera.

Robarnos

Han intentado entrar a robarnos. Mi madre ha oído unos ruidos y se ha encontrado entreabierta una ventana que ayer dejamos cerrada. Nos hace falta un perro, o un revólver, o un bosque peligroso en donde gastar toda esta furia y este odio. Escribo cuando bebo porque me parece que en este gerundio del bebiendo detengo el tiempo y solo entonces me da tiempo a repasar el guion de mi vida y apuntar cosas en sus márgenes. A veces miro a mi madre como empezando a echarla de menos. Presintiendo cómo será su muerte y cómo será mi vida cuando ya no pueda volver a verla. Hoy he cerrado las ventanas y he bajado las persianas para que no entren los ladrones y para que el viento no se cuele en la casa convirtiéndose en un niño travieso que da portazos en la madrugada. De verdad que nos hace falta un perro, para que ladre, para que delate a los ladrones que intentan entrar de noche y nos salve mientras estamos desorientados y en pijama De verdad que me hace