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Mostrando entradas de abril, 2018

Escritores de mierda + Terrores de la infancia

Escritores de mierda No existe el terror a la página en blanco. Quienes han hablado de eso no eran escritores, sino gente a la que le hubiera gustado serlo. Yo me lanzo a por las páginas en blanco ardiente, impaciente, ahuyentado de casi todo menos de mis ganas por contar algo. Admito que los escritores siempre nos sentimos un poco heridos porque hay una parte de nuestra obra que solo podemos comprender nosotros mismos. Cuanto mejor es un escritor menor es la parte de su obra que solo puede comprender él mismo, pero siempre hay algo que se pierde por el camino: una caja que se ha extraviado en el camión de la mudanza o bien un recuerdo que se ha dado un golpe durante el traslado. Por ejemplo la imagen mental que tenías de aquel día de verano en el que hacía tanto sol que las hormigas se volvieron amarillas mientras huían en fila india con sus paraguas de pan. Al final, lo que uno termina escribiendo es siempre un charco en el que se refleja m

Robando, envidiando y opinando

Hoy se me ha vuelto a aparecer Marta, así que he venido aquí a sonreírle a una página en blanco. Estos días he estado leyendo bastante poesía y siempre que abro un libro vuelvo a recordar por qué opino lo mismo que opinaba Bukowski: Dios enciende un cigarrillo y piensa: "Dios mío, cuántos poetas hice pero qué poca poesía". Por lo general, no me gusta nada de lo que leo porque es como si  los poetas se masturbasen: solo ellos pueden disfrutar de lo que hacen. Cincelan un material  que en lugar de ser íntimo es privado. No los entiendo. Son raros. Son gente que acumula imágenes raras, frescas y sí, ocasionalmente, originales. Pero la verdad es que solo leo poesía para que las imágenes de otros llamen a las mías. Me mido con esos nuevos poetas. Me infundo ánimos. Me siento mejor al saberme mejor, excepto a veces cuando encuentro a alguien que me parece innegablemente mejor que yo. Lo que hago entonces

For Martha

Se me aparece al final de los días muy largos. Levanta la vista del libro que siempre estaba leyendo y me sonríe como si nunca nos hubiésemos enfadado. Nos conocimos durante un invierno de mantas que no funcionaban. Así que para resumir diré que fuimos muy felices debajo de nuestros paraguas.

Cuerpos y mentes

Cuando eres joven el cuerpo y la mente son cosas completamente diferentes. El uno no piensa en el otro. La mente es una cometa. Sueña. Poemiza lo cotidiano y le deja al cuerpo la prosa.  Pero el cuerpo funciona solo. Flota. Hace todo lo que la vida le pide a alguien sano que haga e incluso, si hace falta, tu cuerpo piensa por ti y te hace aullar a la luz de la luna: te proclamas. Cuando los años pasan es distinto. Un día te desconcentras, cierras el libro que estabas leyendo y piensas en tu cuerpo. A veces te duele. Haces recuento de lunares. Te palpas. Pides cita con el médico. Te imaginas comprando medicamentos. Te miras al espejo. El pelo. El tiempo. Es como si el mar no dejara de perder terreno frente a la arena. Vuelves a abrir el libro. Sigues leyendo, pero más tarde sabes volverás a pensar en tu cuerpo.

Habla del daño

El poema nunca está en la rosa. Está en el daño que la rosa causa. Así que lo mejor es hablar del rastro de sangre que persigue hasta la tumba a quien se pinchó al tratar de arrancarla. Hay que hablar de los estragos: del tallo decapitado y de toda la savia que este supura. Habrá que mencionar a los coches patrulla barriendo con sus luces, siempre demasiado tarde, la escena del crimen. Si hay una rata paseando por el callejón, deja que corretee también por el poema. Si las sirenas de las ambulancias despiertan a los vagabundos, haz que estos abran los ojos y miren al lector al final de alguna estrofa. Detalla la nubosidad que siempre media entre el verdugo y sus víctimas. Pero a la rosa no hace falta que me la describas. Hay demasiadas. Las compramos, las pisamos, las olemos y dejamos que mueran en nuestras casas. No hables de ella, no me cuentes cómo es tu rosa. Mejor ponte en peligro y corre el riesgo de chivarme quién fue su asesino

Se marcha el fuego feliz

Se marcha el fuego feliz. La vejez me viene por la nieve en las cejas. Me hago viejo no siendo pasional. Ya no muero con las muertes ni vivo con las vidas. No voy a los bares. Apenas salgo. Me estoy maldiciendo y ya no le devuelvo la sonrisa a las muchachas. Todas me dan igual porque la vida es como una peli que ya tengo muy vista. Antes de asesinarlas (¿recordáis que les prendí fuego, verdad?), a menudo iba a buscar a Laura o a Anabel a la unidad de trastornos alimenticios. A las 15:00 abrían las puertas y las muchachas salían calladas, nerviosas y sonriéndoles a los cables de alta tensión. Detecté dos tipos de mujeres: las bulímicas que se han deformado para que nadie abuse de ellas y las anoréxicas frágiles y bellas a las que les han exigido tanto que han acabado por romper su cuerpo hasta casi convertirse en pájaros mojados. Nunca estarán bien. Nunca se curarán. Todas serán siempre personas en una especie de libertad condicional. Me hago v

Agujeros negros

Hay gente a la que no puedes salvar. Es gente que siempre se comporta como si estuviera bajo la lluvia con un paraguas demasiado pequeño. No importa lo que hagas por ellos. Da igual que les prestes dinero, o que les regales libros, o que, sigilosamente, sonriendo, les escondas chocolatinas en los bolsillos de las chaquetas; es posible que nunca lleguen a recordar todo lo que hiciste porque están demasiado distraídos dialogando con sus arañas. Ellos son agujeros negros que lo absorben todo sin acumular nada. No les ha sido dado entender que estar vivo es bailar con los dientes sucios. Por eso te recomiendo que no te esfuerces demasiado con ellos. No pierdas el tiempo intentando salvar a quienes no quieren ser salvados. Acepta que el futuro es una lista de espera a la que no todo el mundo quiere apuntarse. Deja que se marchen, o que mueran o que ardan lejos de ti. No es tu culpa si tú puedes ser feliz bebiendo agua del grifo mientras te rodean las sombra