Hoy se me ha vuelto
a aparecer Marta,
así que he venido
aquí
a sonreírle a una
página en blanco.
Estos días
he estado leyendo
bastante poesía y
siempre que abro un
libro
vuelvo a recordar
por qué opino
lo mismo
que opinaba
Bukowski:
Dios enciende un
cigarrillo
y piensa:
"Dios mío,
cuántos poetas hice
pero
qué poca poesía".
Por lo general, no
me gusta nada de lo que leo
porque es como si
los poetas se
masturbasen:
solo ellos
pueden disfrutar de
lo que hacen.
Cincelan un material
que en lugar de ser
íntimo
es privado.
No los entiendo. Son
raros. Son gente
que acumula imágenes
raras, frescas
y sí,
ocasionalmente,
originales.
Pero la verdad es
que solo leo poesía
para que las
imágenes de otros
llamen a las mías.
Me mido con esos
nuevos poetas.
Me infundo ánimos.
Me siento mejor al
saberme mejor, excepto a veces
cuando encuentro a
alguien
que me parece innegablemente mejor que yo.
que me parece innegablemente mejor que yo.
Lo que hago entonces
es tratar de enterrar vivo a ese poeta:
es tratar de enterrar vivo a ese poeta:
no le hablo de él a nadie
e intento echarle una palada de tierra por encima
e intento echarle una palada de tierra por encima
con la esperanza
de convertirlo en un
cadáver,
mientras envidio
alguno de sus versos
en completo
silencio.
Os pondré un
ejemplo
de una chica
que encuentra
imágenes mejores que las mías:
"La lluvia ha
desenredado
sus pisadas de
gato".
Maldita zorra, ese
verso es bueno
pero trato de consolarme pensando
que debe de ser un buen verso
incrustado en un
poema muy malo.
Dejando fuera
las ocasionales dudas como escritor,
como lector
las ocasionales dudas como escritor,
como lector
casi nunca hallo más
que eso:
de vez un cuando
una solitaria flor
que me mira
desde un arbusto muy
seco.