La gente cree que los poetas somos tímidos como lo son los asesinos en su vida cotidiana, cuando no asesinan, cuando solo son vecinos que pasan totalmente desapercibidos. Sin embargo, yo siempre estoy bebiendo cervezas y diciendo gilipolleces. En parte lo hago para que tú te conviertas en una fumadora pasiva de mi alegría. Tú y yo no somos personas a las que la vida les vaya a ir especialmente bien. Somos personas que aspiran a lo normal, a la medianía, a cometer la heroicidad de dedicarnos una media sonrisa de consuelo en mitad de un funeral. Por eso no quiero viajar ni hacer cosas excepcionales, porque no soy excepcional y prefiero concentrarme en celebrar la psicomotricidad fina con la que a veces tú y yo nos acariciamos la cara o nos damos un beso en la mejilla. Esa es la vida de los vivos y es la vida que siempre intento apresar en mis poemas. El otro día soñé con que una tribu de caníbales me perseguía y me daba caza. Por suerte recurrí al viejo truco de las películas malas: -Eh,