Ir al contenido principal

La noticia

Pasada la media noche
fue una chica del personal de limpieza
quien halló muerta en su lecho
a mi abuela.

Todos en aquel centro
conocían a mi abuelo
y temían,
por su salud,
despertarle
y darle la noticia,
así que prefirieron
llamar a una de sus hijas.

¿Qué hacemos?

Era de noche y hacía frío.
Conspirábamos
con la pena en el rostro
y con las manos en los bolsillos.
Como nos salía vaho de la boca
parecíamos personajes de cómic
hablando a través de bocadillos.

-¿Lo llamamos?

-¿Esperamos a mañana?

-¿Usamos nuestra llave,
entramos en su casa,
lo despertamos con cuidado
y se lo decimos?


Ganó la última opción
por mayoría absoluta,
así que fuimos hasta su casa
y nos apiñamos detrás de la puerta
como si fuéramos un grupo
de aprendices de hada
a punto de hacer una buena obra.

Giramos la llave
y en completo silencio
allanamos el piso de mi abuelo.
Al entrar
nos recibieron
las cosas buenas de siempre.
Los retratos de mis abuelos
cuando eran jóvenes
y un montón
de fotos nuestras
en distintas etapas de nuestras vidas.

Fueron mi madre y mi tía
quienes entraron en su dormitorio
y lo zarandearon suavemente.

Él lo entendió enseguida.

Todo fue aun más sobrecogedor
al darnos cuenta
de lo vulnerable que era mi abuelo
en pijama.
Empezó a vestirse
triste y furioso.
A veces
lloraba mientras intentaba
ajustarse un zapato
o dar con el agujero apropiado
del cinturón
pero otras veces
enfadado
se preguntaba en voz alta
¡¿Cómo no me han llamado a mí
si es mi mujer?!


Y todos le íbamos mirando
sin saber qué responder,
pendientes de si le hacía falta algo
y a la vez
pensando en lo incapacitadora
que resulta la vejez.

Entradas populares de este blog

Inmortal

Yo solo me como las uvas de Fin de año, porque temo que si no lo hago, ese año muera mi madre. El otro día escuché un podcast en el que un médico hablaba de la cercanía de la inmortalidad. Decía que está a la vuelta de la esquina, para todos, en menos de 30 años. Pero de aquí a 30 años, mi madre, con su nombre de montaña, ya no estará viva. ¿Para qué querría un hijo echar de menos a sus padres de manera interminable? Si nos volviésemos inmortales, ¿se borrarían las líneas de la vida de nuestras manos? Si yo nunca fuera a acabarme, ¿me molestaría en seguir sonriendo a los pájaros del Delta, en señal de tímido agradecimiento por la primavera? Almacenaría tantas memorias a lo largo de los siglos, que me pregunto si mi cerebro no sobreescribiría los recuerdos que tengo de mi abuela cuando me quería. Cuando me besaba en la mejilla y me pedía que tuviera cuidado con los chicles, porque resulta que si un niño se traga un chicle, este se le puede pegar en el corazón. ¿Se puede seguir siendo hu...

Sin hijo

Esta primavera está resultando ser una Semana Santa en donde nadie resucita. Me estoy acordando mucho de lo bueno que era mi padre inventándose las cosas que no sabía. Ese es el ingrediente clave para que un padre te fascine durante toda tu infancia y te defraude durante el resto de tu vida. Mi paternidad es una maravilla sin audiencia. Este es un asunto tan triste como la tristeza que sentía mi abuela cuando alguna vez me veía adelgazar. Con la de cosas que tengo que decir. Con la de cosas que tengo por enseñar y, sin embargo, los ojos cada vez se me van afilando más para solo ver a mis fantasmas. Yo, como todos, fui hijo de gigantes. Mi padre lo sabía todo hasta que no supo nada. A los doce fui consciente de que yo sabía más que él de matemáticas y de que yo comprendía mucho mejor que mi madre el mundo que me rodeaba. Eran gigantes y yo les superé; así que deduje que nunca fueron personas admirables. ¿Y si me equivoqué? ¿Y si resulta que, en realidad, a mi edad, mis padres sí fueron ...

Por el camino de la playa

Annie nunca quiso escaparse conmigo. Robar bancos. Huir. Registrarnos juntos en hoteles usando nombres falsos de ladrones famosos. Podríamos haberlo hecho. Podríamos haber migrado constantemente hacia veranos como este en el que apenas llueve pero en el que las tormentas eléctricas hacen que el verano no pare de rechinar los dientes. Hubiéramos ido a lugares peligrosos. Depósitos de agua con las patas frágiles y rayos que hacen que la gente mire al cielo mientras acaricia el lomo de sus biblias. Podríamos haber viajado en coche sonriendo hacia el futuro. El mundo entero hubiera sido tan solo un montón de polvo y de cadáveres detrás de nosotros. Se podía. A esa edad se podía hacer de todo. Alimentarnos del sol reflejado en los charcos. Ser salvajes y olvidarnos de que en casa para leer y para ver la tele necesitamos ponernos las gafas. Pero Annie no quiso y ahora la vida ejerce sobre mí una mirada marchita. Camino, aburrido y furioso por el c...