He vuelto a matar hormigas, Laura. No me gusta haberlas matado. De pequeño las masacraba. Me portaba con ellas como Yahveh con el antiguo pueblo de Israel. Las castigaba: Las partía por la mitad e inundaba sus hormigueros con agua. Hace años que les pedí perdón y desde entonces no había vuelto a matarlas. Hasta ahora. Este mediodía me he puesto a comer sin haber fregado los platos. Cuando he ido a lavarlos ellas ya estaban allí; hacían peregrinajes desde un agujero de la pared hasta la pica con sartenes y platos. Habían convertido mi cocina en una ruta turística. Me enfadé. No podía tolerar que tomaran la casa. Mandé un diluvio que se las llevó a casi todas. He dejado que algunas escaparan y no ha sido por misericordia; quería que enviaran un mensaje, quería que transmitieran al resto de insectos que con Iván Legrán no se juega. Pobres. Seguro que ahora están implorando asilo político al azucarero del salón. O puede que el recuerdo del desas