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Laura se enfadará cuando se entere de que he vuelto a matar hormigas

He vuelto a matar hormigas, Laura.
No me gusta haberlas matado.
De pequeño las masacraba.
Me portaba con ellas
como Yahveh
con el antiguo pueblo de Israel.
Las castigaba:
Las partía por la mitad
e inundaba sus hormigueros con agua.
Hace años que les pedí perdón
y desde entonces no había vuelto a matarlas.
Hasta ahora.

Este mediodía
me he puesto a comer
sin haber fregado los platos.
Cuando he ido a lavarlos
ellas ya estaban allí; hacían peregrinajes
desde un agujero de la pared
hasta la pica con sartenes y platos.
Habían convertido mi cocina
en una ruta turística.

Me enfadé.
No podía tolerar que tomaran la casa.
Mandé un diluvio que se las llevó a casi todas.
He dejado que algunas escaparan
y no ha sido por misericordia;
quería que enviaran un mensaje,
quería que transmitieran
al resto de insectos
que con Iván Legrán no se juega.

Pobres. Seguro que ahora
están implorando asilo político
al azucarero del salón.
O puede
que el recuerdo del desastre
haya sido tan impactante
que hayan perdido la cabeza
hasta llegar al extremo de suicidarse
arrojándose al tarro de miel.

No lo sé.
La verdad, Laura,
es que preferiría no haberlas matado.
Me ha entristecido. Siempre he sentido tristeza
por cosas muy raras.
Por ejemplo: siempre he lamentado
la vida sin vacaciones
de los aparatos electrónicos.
Por la noche, cuando los veo en Stand by,
me los imagino
como animales intranquilos
que tienen que dormir con un ojo abierto.

Laura, no calibro bien mis sentimientos.
No amo a quienes debería amar,
ni odio a quienes debería odiar.

Quizá se deba
a que ya me he convertido
en una de esas personas solitarias
que han dejado de cocinar
y ahora se limitan
a calentar comida precocinada.
Es sólo una forma
de resumir muchas cosas.
Pero creo que aún puedo salvarme;
todavía, a veces,
echo un chorro de aceite de oliva 
para que la comida
me sonría.

Laura, ¿me perdonas por haber matado
a tantas hormigas?
Creo que en realidad la gente
no necesita el perdón,
solo encontrar
al oyente adecuado
para sus pecados. Porque vivir
es casi siempre
un enorme diálogo:
empiezas conversando
con mucha gente
en una sala tan pequeña
que apenas caben tus sueños.
Y terminas, por fin,
hablando solo en una sala
tan vacía y grande
que solo te aguardan
pájaros fríos en su ventana.

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