Hay insectos que te piden la muerte a gritos.
Pienso sobre todo en los mosquitos
que se divierten por la noche
haciendo largos
delante de la pantalla del ordenador.
Tú intentas aplastarlos
con una palmada veloz
pero siempre, triunfantes,
logran escaparse.
Son como naves espaciales
que vuelan por el universo de tu cuarto
robándote la sangre,
burlándose de ti
mientras huyen con su preciado botín
casi como niños ladrones.
También están
los mosquitos que te piden la muerte
musicalmente.
Sacan sus trompetas
en mitad de la madrugada
y empiezan a tocar junto a tu oído.
Tú les espantas medio dormido,
confiando en que, asustados,
habrán aprendido la lección
y se alejarán de ti para siempre.
Pero los mosquitos nunca aprenden.
Siempre regresan a por más.
Y al final
te levantas,
enciendes las luces
y les buscas por la casa
como un ogro
buscaría en un cuento para niños
a la joven princesa
a la que tiene que comerse.
Miras por las estanterías,
aquí y allí
das golpecitos
y cuando el mosquito sale de su escondrijo
y reemprende su vuelo
casi rozándote la cara
logras atraparlo.
Cuando lo atrapas,
lo aplastas
sin que te importe
que su sangre (que es la tuya robada)
manche las paredes.
Y entonces, por fin,
duermes feliz,
después de haber matado.
Pienso sobre todo en los mosquitos
que se divierten por la noche
haciendo largos
delante de la pantalla del ordenador.
Tú intentas aplastarlos
con una palmada veloz
pero siempre, triunfantes,
logran escaparse.
Son como naves espaciales
que vuelan por el universo de tu cuarto
robándote la sangre,
burlándose de ti
mientras huyen con su preciado botín
casi como niños ladrones.
También están
los mosquitos que te piden la muerte
musicalmente.
Sacan sus trompetas
en mitad de la madrugada
y empiezan a tocar junto a tu oído.
Tú les espantas medio dormido,
confiando en que, asustados,
habrán aprendido la lección
y se alejarán de ti para siempre.
Pero los mosquitos nunca aprenden.
Siempre regresan a por más.
Y al final
te levantas,
enciendes las luces
y les buscas por la casa
como un ogro
buscaría en un cuento para niños
a la joven princesa
a la que tiene que comerse.
Miras por las estanterías,
aquí y allí
das golpecitos
y cuando el mosquito sale de su escondrijo
y reemprende su vuelo
casi rozándote la cara
logras atraparlo.
Cuando lo atrapas,
lo aplastas
sin que te importe
que su sangre (que es la tuya robada)
manche las paredes.
Y entonces, por fin,
duermes feliz,
después de haber matado.