Por el momento, no tengo
tantas cicatrices como pensaba.
No me da para manufacturar
una horología personal ni detallada.
Pero me apetecía empezar
un listado con las cicatrices que tengo por el cuerpo.
Pienso que a medida pasen los años
será interesante ir ampliando el listado
para elaborar un catálogo
con todo lo que me va haciendo
el paso por el tiempo.
1
De cuando me operaron los Decepticons
Llevaba dos días sin ir al baño.
A la hora del patio,
me arrastraba por el colegio
doblado y con las manos sobre la barriga
mientras me seguía una camarilla de compañeros
que me decía que no me preocupase
porque ellos
habían tenido dolores de barriga peores.
Mi abuelo me llevó al hospital en su coche.
Me hicieron un tacto rectal
y empecé a gritar
para que viniera mi abuela a expulsar
a esa caterva de doctores
asegurándoles
que ella podía curarme
con unas friegas con aceite
en el vientre.
Tenía una apendicitis
que estaba a punto de cruzar
la línea de meta
para ser una peritonitis,
así que me operaron de urgencias.
La anestesista me embaucó:
se quitó la mascarilla médica
y, entonces,
con una sonrisa maternal me dijo
que si quería ver dibujos animados.
Le dije que sí.
Me preguntó que cuáles quería ver
y le dije que los Transformers.
Me apretó la mano y me hizo otra pregunta
tan incomprensible
que por un momento
no permití que el sortilegio de la anestesia
me arrastrara
a la playa del sueño.
¿A ti qué Transformers te gustan más?
¿Los Decepticons?
Me incorporé
ignorando los cegadores focos del quirófano
y a todos los médicos que me rodeaban:
¡Los autobots!
¿Es que vosotros sois de los Decepticons?
Entonces la anestesia
me empujó a un sueño angustioso
en el que soñé
que me abría
la barriga
una facción infiltrada de los Decepticons.
El médico que vino a verme
el día siguiente de mi operación
me contó
que todo había ido bien,
pero que me quedaría
una cicatriz un poco grande
porque habían tenido que remover mucho,
y además,
yo estaba demasiado gordito para las grapas
y habían tenido que ponerme puntos.
El resultado
es una cicatriz de 12 centímetros
que todavía relampaguea
por el lado derecho de mi barriga.
Aún me produce cosquillas
que me toquen por ahí cerca.
Ni siquiera dejo que Andrea
se acerque con sus caricias.
Cuando lo intenta,
le pido que se aparte
y le recuerdo que ahí no puede tocarme,
porque hace muchos años,
cuando era un niño
me operaron los Decepticons.
2
De cuando le propiné un puñetazo a un semáforo
Solo me ha quedado un leve hoyuelo
que tengo
entre los nudillos
del dedo índice
y, cómo no, del dedo corazón.
Era de noche
y ya hacía unos meses
que lo había dejado con Julia.
Me emborraché
y llamé a su timbre esperanzado,
era joven y todavía creía
en los gestos dramáticos.
Julia me respondió con una voz
que casi no era la suya.
Hablaba diferente.
Dijo que no podía bajar.
No era un buen momento.
Ya hablaríamos.
Me la imaginé jugando con otro,
dándole lo que me había dado a mí
a algún sustituto.
Me marché de allí furibundo.
Por el camino le propiné un puñetazo
a uno de esos semáforos
que recubren con una capa de pintura con arena
para que la gente no enganche carteles
ofreciendo clases particulares
o reparaciones de ordenadores
o responsabilidad y seriedad
para limpiar casas o cuidar
de personas mayores.
3
De cuando me apoyé mal en un árbol
Se trata de una cicatriz pequeña
pero gruesa
en el reverso del antebrazo izquierdo.
La llamo
la cicatriz Expediente X
porque parece
como si yo hubiera
conseguido escapar
de la nave nodriza
en la que unos alienígenas
experimentaban conmigo
y en algún momento de mi huida
yo hubiera cogido un trozo de vidrio afilado
para extraer de mi brazo
el rastreador
que sin duda
mis captores
me habían implantado.
La verdad es que este corte grueso
e irregular
me lo hice al perder el equilibrio en la bicicleta.
Me apoyé mal en un árbol
y este me cortó
con su corteza.
tantas cicatrices como pensaba.
No me da para manufacturar
una horología personal ni detallada.
Pero me apetecía empezar
un listado con las cicatrices que tengo por el cuerpo.
Pienso que a medida pasen los años
será interesante ir ampliando el listado
para elaborar un catálogo
con todo lo que me va haciendo
el paso por el tiempo.
1
De cuando me operaron los Decepticons
Llevaba dos días sin ir al baño.
A la hora del patio,
me arrastraba por el colegio
doblado y con las manos sobre la barriga
mientras me seguía una camarilla de compañeros
que me decía que no me preocupase
porque ellos
habían tenido dolores de barriga peores.
Mi abuelo me llevó al hospital en su coche.
Me hicieron un tacto rectal
y empecé a gritar
para que viniera mi abuela a expulsar
a esa caterva de doctores
asegurándoles
que ella podía curarme
con unas friegas con aceite
en el vientre.
Tenía una apendicitis
que estaba a punto de cruzar
la línea de meta
para ser una peritonitis,
así que me operaron de urgencias.
La anestesista me embaucó:
se quitó la mascarilla médica
y, entonces,
con una sonrisa maternal me dijo
que si quería ver dibujos animados.
Le dije que sí.
Me preguntó que cuáles quería ver
y le dije que los Transformers.
Me apretó la mano y me hizo otra pregunta
tan incomprensible
que por un momento
no permití que el sortilegio de la anestesia
me arrastrara
a la playa del sueño.
¿A ti qué Transformers te gustan más?
¿Los Decepticons?
Me incorporé
ignorando los cegadores focos del quirófano
y a todos los médicos que me rodeaban:
¡Los autobots!
¿Es que vosotros sois de los Decepticons?
Entonces la anestesia
me empujó a un sueño angustioso
en el que soñé
que me abría
la barriga
una facción infiltrada de los Decepticons.
El médico que vino a verme
el día siguiente de mi operación
me contó
que todo había ido bien,
pero que me quedaría
una cicatriz un poco grande
porque habían tenido que remover mucho,
y además,
yo estaba demasiado gordito para las grapas
y habían tenido que ponerme puntos.
El resultado
es una cicatriz de 12 centímetros
que todavía relampaguea
por el lado derecho de mi barriga.
Aún me produce cosquillas
que me toquen por ahí cerca.
Ni siquiera dejo que Andrea
se acerque con sus caricias.
Cuando lo intenta,
le pido que se aparte
y le recuerdo que ahí no puede tocarme,
porque hace muchos años,
cuando era un niño
me operaron los Decepticons.
2
De cuando le propiné un puñetazo a un semáforo
Solo me ha quedado un leve hoyuelo
que tengo
entre los nudillos
del dedo índice
y, cómo no, del dedo corazón.
Era de noche
y ya hacía unos meses
que lo había dejado con Julia.
Me emborraché
y llamé a su timbre esperanzado,
era joven y todavía creía
en los gestos dramáticos.
Julia me respondió con una voz
que casi no era la suya.
Hablaba diferente.
Dijo que no podía bajar.
No era un buen momento.
Ya hablaríamos.
Me la imaginé jugando con otro,
dándole lo que me había dado a mí
a algún sustituto.
Me marché de allí furibundo.
Por el camino le propiné un puñetazo
a uno de esos semáforos
que recubren con una capa de pintura con arena
para que la gente no enganche carteles
ofreciendo clases particulares
o reparaciones de ordenadores
o responsabilidad y seriedad
para limpiar casas o cuidar
de personas mayores.
3
De cuando me apoyé mal en un árbol
Se trata de una cicatriz pequeña
pero gruesa
en el reverso del antebrazo izquierdo.
La llamo
la cicatriz Expediente X
porque parece
como si yo hubiera
conseguido escapar
de la nave nodriza
en la que unos alienígenas
experimentaban conmigo
y en algún momento de mi huida
yo hubiera cogido un trozo de vidrio afilado
para extraer de mi brazo
el rastreador
que sin duda
mis captores
me habían implantado.
La verdad es que este corte grueso
e irregular
me lo hice al perder el equilibrio en la bicicleta.
Me apoyé mal en un árbol
y este me cortó
con su corteza.