Los nuevos poetas no cocinamos nunca.
Por ejemplo:
sacamos de la nevera
un paquete de carne cruda,
rompemos el envoltorio,
y luego lo abandonamos todo
sobre el mármol de la cocina.
Y eso es lo que se filma:
el inicio del mal olor
y la llegada de las moscas, las hormigas
y del resto de insectos.
Y ahí no se acaba la cosa.
Los nuevos poetas vamos más lejos.
Seguimos recreándonos en el olor fétido
de la carne que se va corrompiendo.
Registramos cómo,
tras varios días
madurando planes,
el hedor a muerte
se da cuenta, por fin,
de que puede escaparse
pasando por debajo de las puertas.
La gente comienza a arrugar la nariz
al pasar por el rellano.
Las malas, y también las buenas, lenguas
comienzan con las habladurías.
3 ó 4 vecinos se arman de valor,
se acercan a la puerta
y pican. Nada. Nadie. Solo un montón
de insectos
celebrando una fiesta
en su palacio de putrefacción.
Finalmente, acude la policía.
Los agentes
comienzan a tomar declaraciones.
Se avisa a los bomberos. Traen un ariete.
Los vecinos espían la operación
con más curiosidad que temor.
Por último, los bomberos
echan la puerta abajo
y, claro,
se encuentran
con lo que el poeta
quería que se encontraran
cuando abandonó allí la carne cruda:
una estupenda
representación de la amargura.
Por ejemplo:
sacamos de la nevera
un paquete de carne cruda,
rompemos el envoltorio,
y luego lo abandonamos todo
sobre el mármol de la cocina.
Y eso es lo que se filma:
el inicio del mal olor
y la llegada de las moscas, las hormigas
y del resto de insectos.
Y ahí no se acaba la cosa.
Los nuevos poetas vamos más lejos.
Seguimos recreándonos en el olor fétido
de la carne que se va corrompiendo.
Registramos cómo,
tras varios días
madurando planes,
el hedor a muerte
se da cuenta, por fin,
de que puede escaparse
pasando por debajo de las puertas.
La gente comienza a arrugar la nariz
al pasar por el rellano.
Las malas, y también las buenas, lenguas
comienzan con las habladurías.
3 ó 4 vecinos se arman de valor,
se acercan a la puerta
y pican. Nada. Nadie. Solo un montón
de insectos
celebrando una fiesta
en su palacio de putrefacción.
Finalmente, acude la policía.
Los agentes
comienzan a tomar declaraciones.
Se avisa a los bomberos. Traen un ariete.
Los vecinos espían la operación
con más curiosidad que temor.
Por último, los bomberos
echan la puerta abajo
y, claro,
se encuentran
con lo que el poeta
quería que se encontraran
cuando abandonó allí la carne cruda:
una estupenda
representación de la amargura.