Todos mis pájaros siguen vivos.
Los más recientes son yo.
Son yo con alas,
mirándome desde las ramas.
El resto ya
no se parece tanto a mí,
pero me siguen mirando y
lo que cuenta
es que siguen vivos. Todos,
y son muchos.
Algunos han perdido un ojo
durante la batalla del tiempo.
A otros,
les he tenido que corregir el plumaje.
Pero están ahí, vivos, curiosos.
Cada uno con su tiempo y con su sangre.
Todos son certeros.
Me creo sus canciones,
fueron las mías. En el fondo,
casi todos hablan de lo mismo y
miran a las chicas
como se mira al mar o al fuego:
de una manera infinita.
Es normal.
Las cosas tan hermosas
nunca se terminan.
Mi abuela hacía
unas sopas tan calientes
que las cucharadas parecían
aviones incendiados.
Soplábamos y soplábamos
antes de que me las llevara a la boca,
pero lo cierto es que aquel calor
nunca se termina.
Todo lo que sabes,
todo lo que imaginas
continúa siempre funcionando. Y
qué hermoso
es este gerundio
que no deja que los muertos mueran
ni que los vivos mueran.
Porque vivir es esto.
Estos pájaros
corregidos por el tiempo.
Caminar por aquí,
por esta alfombra,
aunque las manchas de sangre
ya nunca vayan a marcharse.