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5 años

Ya hace 5 años que escribí Lagartos. La novela me descubrió muchas cosas, la más importante de ellas fue que, a nivel sentimental, entendí que ya podía fumarme un cigarrillo en el jardín trasero mientras veía mi casa arder.

Si tuviera que volver a escribir una novela sería exactamente esta otra vez: están todos los temas que me importan y que he seguido ensayando de nuevo en casi todos los poemas.

El texto fue acogido por mi pequeño círculo de amigos con opiniones muy dispares: "Hay personajes machistas", "hay conversaciones muy forzadas", "este personaje es muy inocente". Yo creo que en realidad, lo único que ocurre es que los personajes de la novela empiezan siendo demasiado jóvenes.

Os dejo el primer capítulo, para mi funciona igual de bien que cuando lo escribí.




1



Disfrazado de esqueleto (un pijama negro al que su  madre le había enganchado con la plancha unos adhesivos de huesos) James Chamberlaine miró a Fabiana Marlowe y pensó: Qué mal se le da.

Unos días atrás, Gary, el primo de James, le había contado que uno de los motivos por los cuales la gente se disfrazaba de fantasma, monstruo, etc., durante Halloween era que, haciéndote pasar por uno de ellos, se creía que ahuyentabas, o al menos no atraías, a los fantasmas y otros espectros dañinos que el 31 de octubre cruzaban el umbral hasta este mundo.

-Es como si eres blanco y te disfrazas de negro en un pueblo en donde los negros se comen a los blancos -sentenció Gary, contento de haberle dado un toque racista y macabro a un comentario que, hasta entonces, podría haber pasado por la actitud exhibicionista de un empollón.

James Chamberlaine atravesó la fiesta para acercarse a la chica de 18 años que diez años después se convertiría en su esposa. Agradeció que la música permitiera el diálogo y saludó a la joven de la única forma posible aquel día:

-¿De qué vas disfrazada?

Fabiana suspiró y confesó, harta:

-De chica de 18 años que no va disfrazada.

James, que ya tenía 23 años y la capacidad de improvisar rápidamente un humor pasable, le espetó:

-Pues se te da muy bien. A menos que tu intención fuera disfrazarte de chica fea de 18 años que no va disfrazada.

Fabiana ladeó el rostro hacia el otro lado y sonrió enseguida, nada más terminarse la voz de James. “Es rápida; inteligente, o bien muy presumida y por eso se ha reído tan rápido”, pensó James.

-Y tú vas disfrazado de esqueleto... qué original.

James imaginó por un instante que le replicaba: “No, voy disfrazado de chico poco original que se disfraza de esqueleto”, pero ya tenía 23 años y sabía cuándo había que sacrificar algunas situaciones para que no se pudrieran y para que, además, nacieran otras mejores.

-¿Cómo te llamas?

-Fabiana, ¿y tú?

-¿Es italiano?

-Sí, mis padres nacieron en Italia, yo no.

-¿Vinieron justo antes de que nacieras o ya estaban aquí durante el embarazo?

En ese instante, a Fabiana le pareció una pregunta rara.

-Vinieron a  mitad del embarazo, ¿por qué?

-Bueno, no sé. Si vinieron justo antes de que tu madre diera a luz sería dramático. Se trata de un bebé italiano que al nacer se da cuenta de que no está en Italia. Si, en cambio, el embarazo fue aquí, si la barriga de tu madre creció rodeada por McDonalds, Halloweens y Chips Ahoy pues simplemente eres una americana que ha heredado un aspecto italiano.

Fabiana no recordaría esa pregunta de James como una pregunta rara, sino como una pregunta hermosa. La chica de 18 años acababa de ingerir la respuesta de James como si estuviera en un concurso de tartas y una persona que no le cae muy bien le hubiera dado a probar una tarta deliciosa; ella no quería que se le notara que James la estaba embelesando tan rápida e imparablemente. Y lo malo es que se le notaba, lo bueno es que James solo tenía 23 años y aún no sabía notar esas cosas en las mujeres.

-Bueno, ¿y tú cómo te llamas?

-James. Ahora vengo.

-Vale.

James regresó con dos cervezas.

-¿Fabiana, quieres ser adulta conmigo?

-¿Qué?

James le sonrió, él siempre pensaba que el lenguaje corporal es mucho más limitado y mucho menos importante de lo que los lingüistas y los psicólogos modernos pregonaban: Entre otros muchos usos, James podía usar una sonrisa para decirle a alguien que era gilipollas, o como ahora, podía usar una sonrisa para anunciarle a alguien “voy a contarte algo familiar, bonito, podríamos decir que privado”.

-Una vez, cuando mi primo tenía 19 y yo 15... Bueno, él ya bebía cerveza, ¿vale? Se acercó a mí mientras yo probaba el ponche que mi padre estaba haciendo porque aquel día venían unos amigos suyos a casa, ¿no? Entonces mi primo me dijo... Mierda, me estoy explicando fatal -Fabiana sonrió un poco haciéndose cargo de los nervios de James y se los disculpó. De hecho, a Fabiana le gustó disculparle esos nervios por dos motivos: en primer lugar, era como si de algún modo le estuviera diciendo “Descuida, con tu pregunta rara te has ganado mi crédito y tienes un poco de margen para cagarla”, y, en segundo, lugar era como si le diera una ocasión para que ella se mostrase maternal y pudiera perdonar a James como perdonaría a un niño que se ha manchado la ropa jugando-. La cosa es que yo estaba probando el ponche y mi primo bebía cerveza y entonces me dijo:

-Esto es una cerveza. Lleva alcohol y es para adultos. Eso es ponche de mierda, lleva un poco de alcohol e indica que quieres ser adulto. Pero eres un enano.

Fabiana se rió un poco -James pensó que era la risa exacta que le correspondía a esa anécdota solo un poco cómica- y él le pasó una cerveza.

-Pues eso, ¿quieres ser adulta conmigo?

Hablaron durante mucho rato y se dieron los móviles -es la manera que tiene la gente del 2000 de despedirse con dos besos en la mejilla-, fue entonces cuando James le confesó algo a Fabiana.

-Qué mal se te da.

-¿El qué?

-Yo, en verdad, voy disfrazado de espectro dañino.

-¿Ah, sí?

-Sí. Se te da fatal ahuyentarlos.

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