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Un escritor famoso

No sé por qué escribo como
si ya fuera un estor famoso.
Como si todos me conocieran y
estuvieran esperando mis palabras.

Escribo como si mis pájaros
hubieran echado a volar por todo el mundo
en lugar de seguir aquí;
pasa el tiempo,
cada vez me crujen más
los huesos de la espalda
y mis pájaros siguen aquí, conmigo, copando las ramas
del árbol de casa. A veces, como mucho,
aciertan a posarse en el dedo del algún amigo.

Y, sin embargo, es imposible
escribir de otro modo, como
si pensara
que lo que digo
no fuera especial o como si escribir
no resultara
ser una fábrica de sentido.

Siempre que llueve
creo que la lluvia viene a por mí;
a derribar mi casa,
a matarme,
a llevarse las pocas joyas de mi madre
y a arrastrar furiosa
los álbumes de fotos
de mi familia.

La semana pasada
apuñalaron a una joven frente a mi casa.
Vi llegar a la policía: a los agentes,
a los científicos y, por supuesto,
con una a gruesa cámara
colgada del cuello,
al fotógrafo.
Pobre desgraciado, pensé,
los muertos no sonríen
para tus fotos.
Flash sobre cadáveres. Cadáveres
de los que hieren la sensibilidad
de los espectadores
y luego se te aparecen
con una voz inventada
hablando en los sueños.

Pero quizás esas fotos son buenas.
Quizás no sepan apreciarlas en el departamento,
pero pueden ser hermosas
esas rosas
de la sangre en el vestido blanco.
O el cartón de leche derramado
trazando una diagonal perfectamente paralela
con el cuerpo...
Tiene gracia.

Estoy seguro
de que si me ha llevado tan lejos
un fotógrafo de la policía
es porque hacer poesía
es casi lo mismo:
fotografiar delitos.
Muertos. Relaciones rotas
como coches que sueltan
un humo infinito
de sus capós destrozados.

Todas las mujeres que conozco
se están quedando embarazadas.
Intentan no ser como sus madres;
no se tocan tanto el vientre
y tratan de no mirar
al vacío fijamente.
Todos mis amigos
han empezado a encallarse
en las arenas movedizas
de sus sueños.
Pero les da igual; el amor,
la familia
o la droga de una estabilidad
sin preguntas
les da
todo lo que necesitan.

Es como si todo el mundo
estuvieran echando moneditas
en unas huchas que yo no tengo, y
entonces
sí que me parece
que solo yo soy como yo.

Pero escribo como si todos
me esperasen.
Como si hubiera un reloj secreto
que solo yo conozco. Como si
de antemano yo supiera
que nadie tiene muy claro
cuál es el sentido de la vida,
y que mucha, mucha gente
necesitará buscar sus gritos
en mi poesía.

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