A., mi amigo periodista del W.P.,
vino el otro día a casa
y durante un rato
estuvimos hablando
de lo que siempre hablan los hombres
cuando les dejan a solas con otros hombres:
dinero y mujeres.
Al final es lo de siempre;
ni el dinero es solo dinero
ni las mujeres son solo mujeres.
Se trata de dos varemos terrenales
que pueden ayudarte
vino el otro día a casa
y durante un rato
estuvimos hablando
de lo que siempre hablan los hombres
cuando les dejan a solas con otros hombres:
dinero y mujeres.
Al final es lo de siempre;
ni el dinero es solo dinero
ni las mujeres son solo mujeres.
Se trata de dos varemos terrenales
que pueden ayudarte
a computar cuánto te has acercado a tus sueños.
Fue una tarde agradable.
Los dos estábamos de suerte
y ningún reloj nos apretaba la muñeca,
por lo que las horas fueron floreciendo a su ritmo
mientras la regábamos con cerveza y embutidos.
A. me hizo rememorar
una noticia ocurrida recientemente:
un hombre saltó desde un séptimo piso
y reventó contra la acera.
Llevaba una nota de suicidio
en el bolsillo:
Era por si volaba
Hasta ahí llegaba
todo lo que yo sabía
sobre la noticia.
Lo que me dejó convulso
fue lo que añadió A.
El hombre que saltó desde un séptimo piso
debió imaginarse reventando contra la acera
de todas las posibles maneras;
llevaba docenas de copias
de esa nota de suicidio:
en los bolsillos del pantalón,
en los bolsillos de la chaqueta,
en los calcetines
e incluso en los calzoncillos.
Y todo para que el chiste
de un hombre que no sabía volar
sobreviviera a cualquier estallido.
Fue una tarde agradable.
Los dos estábamos de suerte
y ningún reloj nos apretaba la muñeca,
por lo que las horas fueron floreciendo a su ritmo
mientras la regábamos con cerveza y embutidos.
A. me hizo rememorar
una noticia ocurrida recientemente:
un hombre saltó desde un séptimo piso
y reventó contra la acera.
Llevaba una nota de suicidio
en el bolsillo:
Era por si volaba
Hasta ahí llegaba
todo lo que yo sabía
sobre la noticia.
Lo que me dejó convulso
fue lo que añadió A.
El hombre que saltó desde un séptimo piso
debió imaginarse reventando contra la acera
de todas las posibles maneras;
llevaba docenas de copias
de esa nota de suicidio:
en los bolsillos del pantalón,
en los bolsillos de la chaqueta,
en los calcetines
e incluso en los calzoncillos.
Y todo para que el chiste
de un hombre que no sabía volar
sobreviviera a cualquier estallido.