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La montaña rusa

Ya no tengo que preguntarme
si terminaré por transformarme
en un uniforme
que da vueltas en la lavadora.

Ahora sé que eso me pasará.
Pende de un hilo
que me convierta
en alguien
que se ha convertido en nadie.

Todos los años de escritura y
todas las palmaditas en la espalda
serán para nada.

Que nadie se engañe:
este es el escenario de un crimen.
Veo en el suelo
dibujada con tiza
la silueta asesinada
del gran poeta que yo estaba
llamado a ser.

Ahora solo me apetece llegar a casa
después del largo trabajo
y dar un largo trago a algo
mientras veo la tele
y corto a tenedor y cuchillo
mi largo filete
de carne transgénica.

En breve
me convertiré en un hombre maduro
que piensa en la poesía
de esa forma cariñosa y lejana
con la que otros piensan en esa chica
a la que llevaron al baile del instituto.

Y sin embargo, aún no va a pasar.
Aún vuelo
y pendo, por unas finas hebras, del aire
mientras pienso
en los grandes poemas
que estoy a punto
de sacar del barro.

Al fin y al cabo, ¿no es esto la vida?
Las pausas tan pequeñas
que hay
entre embestida y embestida.

Así que sí,
pasará. No seré nadie.
No quedará de mí nada.
Pero hasta entonces
juro
que cada línea que escribo
la disfruto
y la grito
como un adolescente
subido
a una montaña rusa.

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