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Maldito poeta maldito

El verano me convierte
en un lobo que por fin sabe
dónde hay que mirar a las mujeres.
Yo antes las miraba a la cara, extasiado, amable;
casi intentando cantar con ellas
la canción que me sugerían.

Pero ya no.
Ahora siempre que miro a las mujeres
lo hago enfadado y
afilando un cuchillo en algún rincón de mi mente.
Se me ha terminado ese producto químico
que nos permite convertir
a los desconocidos en conocidos.

Ya solo puedo pensar en gilipolleces:
En lo extraña que ha sido siempre
mi relación con los árboles
(cuando era estudiante
acariciaba sus cortezas
y les pedía
que me dieran suerte para los exámenes)
Y en lo divertido que me resulta
que el agua oxigenada
haga que las heridas suenen
como un vaso de Coca-Cola.

Madurar, crecer, seguir.
Al fin y al cabo
todo está relacionado
con aprender a sonreír mientras la vida te devora.

Ya no quiero triunfar en ningún ámbito
porque todas las esperas son un desierto.
De adolescente soñaba con follarme
a un montón de zorritas con el pelo azul,
pero de mayor me di cuenta
de que las zorritas
siempre se marchan con los zorritos.

 Ah, ¿pero qué es esta sombra
que se me pega a los pies y me deja marchito
siempre que pienso en las mujeres?

Ya no me gusta ponerme a cocinar porque
habitualmente
se me olvida lo que tengo en el fuego. A veces
se trata de alguna mujer que se me termina quemando
y luego la casa
me huele a ella durante días
aunque deje abiertas
todas las ventanas.

Dejaré de cocinar. Me alimentaré solo de platos fríos
y me resignaré a convertirme
en otro de esos malditos poetas malditos
que siempre terminan muriendo
en la sala de espera.

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