A veces a mi abuelo
se le ponían los ojos tristes
como una piscina sucia
y me contaba
que a él la vida adulta
le llamó demasiado pronto a filas.
Con 10 años, en la posguerra,
tenía que cargar leña sobre un burro
y a veces le acusaban de haberse quedado
con algún haz de leña
y entonces le pegaban.
Pero de los golpes
que te dan los hombres
puedes vengarte
y eso siempre te alivia:
la posibilidad de odiar, de matar
y de mandarlos
a todos a la mierda.
El problema de verdad
era el hambre,
la imposibilidad
de intentar vengarte de ella
comiéndote los muebles
o las paredes de la casa
o las palabras
que salían de la radio.
Cuando era pequeño
y mi abuelo venía a recogerme a la escuela
yo siempre me quejaba
de que estaba muerto de hambre
y él siempre me decía
si tienes hambre,
cómetela. Y ya está.
Él sabía que estar vivo
es ser frívolo con la vida.
Un tiempo después
de que el padre de mi amigo Rubén
se muriera de cáncer
no paraba de hacer bromas:
Eh, mira a esa mujer calva.
Esa era del club de mi padre.
Qué pronto le llamó a filas
la vida adulta a mi abuelo
y sin embargo, ¿yo qué hice a los veinte años?
Pajarear, anonadarme con todo,
sorprenderme
de ser tan joven y tan fuerte.
En mi casa,
mis padres
tardaron muchos años
en decirme que no debía ir por la casa
empuñando los cubiertos
con las puntas por delante.
Siempre lo hacía:
comía o cenaba
y regresaba empuñando
cuchillos o tenedores
con las puntas por delante
mientras caminaba
por los pasillos sombríos
hasta que un día
casi le clavo uno a mi madre.
¿Cómo pudieron mis padres
tardar tanto tiempo en darse cuenta
del modo en que su hijo
se movía por la casa con los cuchillos?
Quizá fue
porque eran padres jóvenes
y no se fijaban demasiado en nada.
Me alegra ser
este ser
que mira las cosas ya sabiéndolas.
Pero a veces me apetece pertenecer a otro relato.
Me apetece salirme de esta espera
de vivir algo
que me haga vivir mucho.
Como cosas rápidas,
escribo cosas rápidas,
me he despedido con rapidez
de los seres queridos que han partido
y ahora temo
que mi vida se convierta en algo rápido.
Por eso le pido a Andrea
que me regale relojes,
que me dé cosas
que le den sonido a los segundos.
Le digo a Andrea
que quiero notarme en el tiempo.
Y por eso le hago bromas
sobre tener hijos,
y por eso le digo
que soy el mejor escritor
de todos los siglos.
se le ponían los ojos tristes
como una piscina sucia
y me contaba
que a él la vida adulta
le llamó demasiado pronto a filas.
Con 10 años, en la posguerra,
tenía que cargar leña sobre un burro
y a veces le acusaban de haberse quedado
con algún haz de leña
y entonces le pegaban.
Pero de los golpes
que te dan los hombres
puedes vengarte
y eso siempre te alivia:
la posibilidad de odiar, de matar
y de mandarlos
a todos a la mierda.
El problema de verdad
era el hambre,
la imposibilidad
de intentar vengarte de ella
comiéndote los muebles
o las paredes de la casa
o las palabras
que salían de la radio.
Cuando era pequeño
y mi abuelo venía a recogerme a la escuela
yo siempre me quejaba
de que estaba muerto de hambre
y él siempre me decía
si tienes hambre,
cómetela. Y ya está.
Él sabía que estar vivo
es ser frívolo con la vida.
Un tiempo después
de que el padre de mi amigo Rubén
se muriera de cáncer
no paraba de hacer bromas:
Eh, mira a esa mujer calva.
Esa era del club de mi padre.
Qué pronto le llamó a filas
la vida adulta a mi abuelo
y sin embargo, ¿yo qué hice a los veinte años?
Pajarear, anonadarme con todo,
sorprenderme
de ser tan joven y tan fuerte.
En mi casa,
mis padres
tardaron muchos años
en decirme que no debía ir por la casa
empuñando los cubiertos
con las puntas por delante.
Siempre lo hacía:
comía o cenaba
y regresaba empuñando
cuchillos o tenedores
con las puntas por delante
mientras caminaba
por los pasillos sombríos
hasta que un día
casi le clavo uno a mi madre.
¿Cómo pudieron mis padres
tardar tanto tiempo en darse cuenta
del modo en que su hijo
se movía por la casa con los cuchillos?
Quizá fue
porque eran padres jóvenes
y no se fijaban demasiado en nada.
Me alegra ser
este ser
que mira las cosas ya sabiéndolas.
Pero a veces me apetece pertenecer a otro relato.
Me apetece salirme de esta espera
de vivir algo
que me haga vivir mucho.
Como cosas rápidas,
escribo cosas rápidas,
me he despedido con rapidez
de los seres queridos que han partido
y ahora temo
que mi vida se convierta en algo rápido.
Por eso le pido a Andrea
que me regale relojes,
que me dé cosas
que le den sonido a los segundos.
Le digo a Andrea
que quiero notarme en el tiempo.
Y por eso le hago bromas
sobre tener hijos,
y por eso le digo
que soy el mejor escritor
de todos los siglos.