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Las paredes no son de plomo

De pequeño creía
que las paredes de mi casa eran de plomo.
Cuando me enfadaba con mi madre
me encerraba en mi cuarto
y le daba puñetazos al colchón
mientras me ponía a gritar.

A veces gritaba
que mi madre era tonta
y decía que me daba igual
si ella me escuchaba.
Hasta tenía la osadía de decir
en voz alta
y si me oye, mejor.
Yo decía esas cosas
porque tenía la absoluta certeza
de que ella
no podía escucharme desde la otra habitación.

Ahora sé que sí podía oírme
y me la imagino frustrada, triste,
odiándome de esa forma tan violenta
con la que se odia a los seres muy queridos.
La imagino arrepentida. Recordándose
que ella siempre se dijo de joven
que no quería tener hijos.

Y cuántas veces. Cuántas veces
más
detrás de alguna pared
me he dedicado a ser
un insensato niño de mierda
que hería
a quienes menos se lo merecían.

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