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El salto

Esta noche
mientas me dirigía al trabajo
me he encontrado
con un gato muerto por el camino.

Era un gato común y corriente,
uno de esos que van buscando asilo
bajo el poso caliente
del motor de algún coche.

Muchas noches me tropiezo
con animales muertos 
y eso me lleva a pensar que la calle
está emboscada
de pequeños tictacs de la muerte
que saltan sobre los animales
sin que se dé cuenta nadie.

Seguramente
el gato acababa de morir;
el cuerpo no estaba sucio, 
no había moscas.
La luna lo intentaba cubrir
con una inútil manta
de plata con sombras.

No suelen pesarme
los animales muertos
pero este estaba tan entero,
parecía tan resucitable
con solo 
el toque adecuado de varita...

El resto del trayecto hacia 
el trabajo
me lo he pasado mirando arriba,
a la luna:
caminaba conmigo, nos observábamos
el uno al otro.
En estos raros momentos
en los que el cosmos
me parece casi una mujer bonita
que se detiene a hablar conmigo
prometo siempre estudiar estos fenómenos. 
Leer algún día
algún libro
que me haga precisar más
cuáles son los mecanismos
que hacen que la luna
pueda telefonear al mar
para excitarlo.

Al llegar al trabajo
he fichado y después de saludar
he reparado en una compañera nueva.
Se llama Paula
y es una de esas muchachas
graciosas y dulces
que siempre actúan
como si no supieran
que todo el rato
llevan un cuchillo en la mano.

Un cuchillo
capaz de atravesarme a mí
o a todos mis enemigos.

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