Ir al contenido principal

Cosas que han cambiado

El otro día me puse a pensar
en cosas que antes pulsaban mi vida
con mucha frecuencia
y ahora ya no están.

Por ejemplo, antes
mi madre
recibía flores
y nunca sabía
si ponerlas en cerveza
o en agua con aspirina
para intentar
que no se marchitasen nunca.

Hace años
que cambiaron la ruta
del camión de la basura.
Ya no pasa cerca
y ya no escucho
sus gigantescos ruidos de despedida.
Era mi ruido blanco favorito
en medio la noche negra.
Me ayudaba a imaginar aventuras en la calle,
o como mínimo
mentalmente lo veía partir
dejando una estela de hedor dulce
producido por la carne cansa de estar muerta
y por la fruta cansada de estar muerta.

Cuando era un niño
las calles estaban llenas de cabinas de teléfono.
Cuántas monedas habré convertido
en diálogos
con seres queridos
que estaban lejos.
Y sin embargo,
ahora solo queda una en todo el barrio
y cuando alguien tiene la desconsideración
de dejarla con el auricular descolgado
parece un anciano
pidiendo limosna.

Una vez mi abuelo
me dijo que ahora
había más edades que antes.
Antes eras el hijo de alguien
hasta que te convertías en el padre de alguien.
Ya está. Esa es toda la conmutación
que podías esperar de la vida.
Ahora existimos durante mucho tiempo
como jóvenes adultos
que cotizan en la tristeza
mientras intentar espantar a la muerte
con una antorcha en la mano.

Ahora nadie sabe lo que quiere ser
y mucho menos
lo que puede ser.
Veo a mis alumnos.
Veo a mucha gente
y nadie
se siente capaz de ser alguien.

Por eso prefiero no pensar en el pasado.
No abrir los álbumes de fotos viejos.
Cuando lo hago
pienso que todas las chaquetas
que fui dejando pequeñas
se convirtieron en pijamas
para pájaros tristes.

Cuando mi abuela vivía
era como esa luz del pasillo
que tus padres dejan encendida
para que no te enfrentes a la oscuridad absoluta,
adulta,
de las conversaciones nocturnas
sobre facturas y bancos.

Maldita sea.
De niño me masturbaba donde sea
lleno de deseo
y ahora el deseo es solo un crucigrama
para invocar el sueño.

¿Y la primavera?
¿Y el verano?
Ahora son solo estaciones de calor
en lugar de esas infinitas peceras
en donde nos ocurría
lo mejor de la vida.

Entradas populares de este blog

Inmortal

Yo solo me como las uvas de Fin de año, porque temo que si no lo hago, ese año muera mi madre. El otro día escuché un podcast en el que un médico hablaba de la cercanía de la inmortalidad. Decía que está a la vuelta de la esquina, para todos, en menos de 30 años. Pero de aquí a 30 años, mi madre, con su nombre de montaña, ya no estará viva. ¿Para qué querría un hijo echar de menos a sus padres de manera interminable? Si nos volviésemos inmortales, ¿se borrarían las líneas de la vida de nuestras manos? Si yo nunca fuera a acabarme, ¿me molestaría en seguir sonriendo a los pájaros del Delta, en señal de tímido agradecimiento por la primavera? Almacenaría tantas memorias a lo largo de los siglos, que me pregunto si mi cerebro no sobreescribiría los recuerdos que tengo de mi abuela cuando me quería. Cuando me besaba en la mejilla y me pedía que tuviera cuidado con los chicles, porque resulta que si un niño se traga un chicle, este se le puede pegar en el corazón. ¿Se puede seguir siendo hu...

Sin hijo

Esta primavera está resultando ser una Semana Santa en donde nadie resucita. Me estoy acordando mucho de lo bueno que era mi padre inventándose las cosas que no sabía. Ese es el ingrediente clave para que un padre te fascine durante toda tu infancia y te defraude durante el resto de tu vida. Mi paternidad es una maravilla sin audiencia. Este es un asunto tan triste como la tristeza que sentía mi abuela cuando alguna vez me veía adelgazar. Con la de cosas que tengo que decir. Con la de cosas que tengo por enseñar y, sin embargo, los ojos cada vez se me van afilando más para solo ver a mis fantasmas. Yo, como todos, fui hijo de gigantes. Mi padre lo sabía todo hasta que no supo nada. A los doce fui consciente de que yo sabía más que él de matemáticas y de que yo comprendía mucho mejor que mi madre el mundo que me rodeaba. Eran gigantes y yo les superé; así que deduje que nunca fueron personas admirables. ¿Y si me equivoqué? ¿Y si resulta que, en realidad, a mi edad, mis padres sí fueron ...

Por el camino de la playa

Annie nunca quiso escaparse conmigo. Robar bancos. Huir. Registrarnos juntos en hoteles usando nombres falsos de ladrones famosos. Podríamos haberlo hecho. Podríamos haber migrado constantemente hacia veranos como este en el que apenas llueve pero en el que las tormentas eléctricas hacen que el verano no pare de rechinar los dientes. Hubiéramos ido a lugares peligrosos. Depósitos de agua con las patas frágiles y rayos que hacen que la gente mire al cielo mientras acaricia el lomo de sus biblias. Podríamos haber viajado en coche sonriendo hacia el futuro. El mundo entero hubiera sido tan solo un montón de polvo y de cadáveres detrás de nosotros. Se podía. A esa edad se podía hacer de todo. Alimentarnos del sol reflejado en los charcos. Ser salvajes y olvidarnos de que en casa para leer y para ver la tele necesitamos ponernos las gafas. Pero Annie no quiso y ahora la vida ejerce sobre mí una mirada marchita. Camino, aburrido y furioso por el c...