No iba a dejar que el coronavirus
entrara en mi poemario,
pero por qué no voy a hacerlo
si ya ha entrado en los supermercados.
Ayer fui a hacer la compra
y no había carne.
Algunos se reían, hacían bromas:
pues sí que tiene la gente
congeladores grandes ahora,
qué prisa
por quitarle a los demás
la comida.
Otros manoseaban las bandejas
con alternativas veganas
y negaban con la cabeza.
Menudo Apocalipsis de goma.
En la cola
nos reíamos.
Yo no sabía si éramos
una sociedad alegre, solidaria,
casi merecedora de esos anuncios cursis
que hace Campofrío,
o bien
si éramos como enfermos de cáncer
que se olvidan momentáneamente de su enfermedad
y se ríen
mientras un amigo
les cuenta un chiste.
Lo que yo quería era escribir un poema
sobre los informes de balística.
Me hace gracia que en las series de policías
los inspectores siempre estén esperando
los informes de balística.
Me imagino a un montón
de viejos sabuesos
bebiendo whisky, con la mirada perdida,
esperando a que el laboratorio
les permita cerrar o no
ese último caso
tan complicado.
Ya no escribiré nunca ese poema,
y eso que estos días atrás me lo notaba
casi saliéndome solo de las manos.
Pero lo he matado. Mejor dicho, lo ha matado
el coronavirus, que al fin, tras tantos meses
de darle esquinazo,
ha llegado
y se ha cobrado
su primera víctima mortal
en este poemario.
entrara en mi poemario,
pero por qué no voy a hacerlo
si ya ha entrado en los supermercados.
Ayer fui a hacer la compra
y no había carne.
Algunos se reían, hacían bromas:
pues sí que tiene la gente
congeladores grandes ahora,
qué prisa
por quitarle a los demás
la comida.
Otros manoseaban las bandejas
con alternativas veganas
y negaban con la cabeza.
Menudo Apocalipsis de goma.
En la cola
nos reíamos.
Yo no sabía si éramos
una sociedad alegre, solidaria,
casi merecedora de esos anuncios cursis
que hace Campofrío,
o bien
si éramos como enfermos de cáncer
que se olvidan momentáneamente de su enfermedad
y se ríen
mientras un amigo
les cuenta un chiste.
Lo que yo quería era escribir un poema
sobre los informes de balística.
Me hace gracia que en las series de policías
los inspectores siempre estén esperando
los informes de balística.
Me imagino a un montón
de viejos sabuesos
bebiendo whisky, con la mirada perdida,
esperando a que el laboratorio
les permita cerrar o no
ese último caso
tan complicado.
Ya no escribiré nunca ese poema,
y eso que estos días atrás me lo notaba
casi saliéndome solo de las manos.
Pero lo he matado. Mejor dicho, lo ha matado
el coronavirus, que al fin, tras tantos meses
de darle esquinazo,
ha llegado
y se ha cobrado
su primera víctima mortal
en este poemario.