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La conversación seria

Mi madre siempre ha sido
una de esas personas
que vertebran su vida
en torno a su pareja.

Cuando se divorció de mi padre
se sumergió
en un mar de tristeza,
y cuando emergió
lo hizo
porque otro buzo
la cogió de la mano
y la condujo
hasta la superficie.

Sin embargo, hace unos meses
ella hizo algo que logró sorprenderme.
Antes de abandonar esta casa
para irse a vivir con su novio,
tuvimos una de esas conversaciones serias
que uno tiene
una o dos veces
en toda su vida.

Mi madre me reveló el rincón de la casa
en donde guarda el testamento
y también me dio
las coordenadas del cajón
en donde esconde
una bolsita con joyas de oro
de cuando tu padre y yo estábamos bien,
para que yo las venda
si alguna vez
me veo en apuros.

Lo curioso,
es que me ha explicado
que en su testamento está explicitado
que cuando ella muera
quiere que traigan de nuevo
su cuerpo hasta aquí,
para que la entierren con sus padres.

Ella, que habla con su novio todo el rato por teléfono.
Ella, cuyo único futuro es seguir siendo la mujer normal
y cariñosa que siempre ha sido,
pero junto a su novio,
me confiesa
que quiere que la entierren
junto a mi abuelo y mi abuela.

Y entonces me imagino a los tres en la fosa,
por fin reunidos,
mi madre como un esqueleto-niña,
y mis abuelos, como esqueletos-padre
hablando del pasado;
los tres muertos
reviviendo noches de feria
y días en parques de atracciones,
los tres muertos
rememorando a mi abuelo estrenando coche
en Badajoz
para venirse
en busca de un futuro en Barcelona.

Me conmociona
imaginarme a los tres esqueletos
en la fosa
repasando
con su esquelética memoria los años 80,
cuando mi abuela,
mi madre y mi tía
iban a buscar a mi abuelo a la fábrica
y sin saberlo conformaban
una plenitud de vida.

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