Escribir
es como sufrir
algún tipo
de trastorno alimenticio.
Soy como uno de esos
vigoréxicos
que se pasan todo el día
delante del espejo
examinando el estado
de sus músculos.
Yo peso con exactitud
los gramos de imaginación
Intento percatarme
de si he estado subiendo
o bajando el tono.
Me fijo
en si he puesto el foco
en el paso del tiempo,
el amor o la muerte
o si, por suerte,
he logrado escaparme de esos vértigos,
por un instante,
deteniéndome
en algún recuerdo desconchado
o expandiendo
alguna anécdota divertida.
Sé que de un tiempo a esta parte
he rebajado la gravedad
de mis poemas.
Ahora hablo de pan.
De caracoles.
De mi madre
es como sufrir
algún tipo
de trastorno alimenticio.
Soy como uno de esos
vigoréxicos
que se pasan todo el día
delante del espejo
examinando el estado
de sus músculos.
Yo peso con exactitud
los gramos de imaginación
que he logrado
en cada poema.
Intento percatarme
de si he estado subiendo
o bajando el tono.
Me fijo
en si he puesto el foco
en el paso del tiempo,
el amor o la muerte
o si, por suerte,
he logrado escaparme de esos vértigos,
por un instante,
deteniéndome
en algún recuerdo desconchado
o expandiendo
alguna anécdota divertida.
Sé que de un tiempo a esta parte
he rebajado la gravedad
de mis poemas.
Ahora hablo de pan.
De caracoles.
De mi madre
encendiendo velones
y salmodiando encantamientos
para protegernos a todos.
Por eso dirimo
conmigo mismo
y salmodiando encantamientos
para protegernos a todos.
Por eso dirimo
conmigo mismo
sin parar
sobre si me estoy convirtiendo
en un poeta pequeño
o bien sigo siendo
sobre si me estoy convirtiendo
en un poeta pequeño
o bien sigo siendo
un gran poeta
que ahora se fija más
que ahora se fija más
en lo pequeño.