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Hijo de padres divorciados

Yo soy hijo de padres divorciados.
De esos
que te quieren
pero no se quieren.
O más bien diría,
de esos
que no te odian,
pero se odian.

Yo he escrito cartas
a los Reyes Magos
pidiéndoles como regalo
que mis padres
no se divorciaran.

He mantenido con Dios
más diálogos pidiéndole que mis padres
no se pelearan,
que pidiéndole que este o aquel dolor
no resultara ser ningún cáncer.

Recuerdo a mis abuelos
viniendo a las tantas
a buscarme a casa
para llevarme con ellos
mientras mis padres se insultaban.

Tengo millones
de postales mentales
de esos viajes en mitad de la noche:
mi abuela me cogía de una mano
y mi abuelo me cogía de la otra,
sus alianzas
refulgían a mi alrededor
con la luz de las farolas.
Yo caminaba extasiado,
saliendo del asombro de haber visto a mis padres
convertidos en dos animales
que solo querían romperse el corazón.

Cuando por fin llegábamos a su casa,
mis abuelos hacían siempre lo mismo:
mi abuelo me daba uno de sus pijamas
y mi abuela me preparaba la cama.

Al rato, después de acostarme,
mi abuelo me gritaba:

IVANETE,

¡QUE!

QUE BUENAS NOCHES, SI DIOS QUIERE.

BUENAS NOCHES YAYO,
BUENAS NOCHES YAYA, SI DIOS QUIERE.

Y SI NO QUIERE TAMBIEN, CONCHO
sentenciaba mi abuelo jactanciosamente.

Y los tres nos reíamos a carcajadas
mientras se cerraba el telón
de muchas
de las tragicomedias de mi infancia.

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