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El avance de las llamas

El paso de una vida por el tiempo
es siempre como el avance de las llamas
de un incendio en verano.

Todos los diarios personales
deberían titularse:
“El avance de las llamas”.

Bah.
Pasan los años
y voy perdiendo
puntualidad y pelo.

Ya no soy joven.

Da igual que no tenga arrugas,
ni enfermedades,
ni apenas canas.
Ser joven
es tener tiempo
para ser una promesa.

Cuando yo era joven
ni siquiera tenía miedo
a morir de escorbuto
como un viejo marinero,
a pesar
de que nunca
comía fruta.

Y ahora, cuando ya me clarean
la barba y las cejas,
empiezo a dar consejos
que nadie me pide
mientras pierdo las vitaminas
como un zumo
olvidado encima de la mesa.

Desde que murió mi padre
me he dado cuenta
de que mucha gente
tiene sus mismos ojos.

O los ojos de mi padre
eran muy vulgares,
o antes de su muerte
yo apenas miraba
a los ojos de la gente

Este párrafo
se acercaría más a la verdad
con un cambio de conjunciones:

Y los ojos de mi padre
eran muy vulgares,
y antes de su muerte
yo apenas miraba
a los ojos de la gente.

Mi padre murió tan joven
pero tan tarde.
Venía la muerte y nunca lo mataba.

Mi padre había chocado ya tres coches.
Tres vehículos rotos en mitad de la carretera,
con el capó arrugado
y soltando un humo negro
que se elevaba hacia el cielo
como el humo de las hecatombes
que los griegos dedicaban a sus Dioses
en sus epopeyas.

Las llamas avanzan.

Las oigo.

Mi único propósito
para el resto de mi vida
es ser malsonante.
Llegar tarde a las cenas
solo porque estoy ocupado con Andrea,
no dejando para luego
matar al jefe final 
de algún videojuego.

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