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La reedición de un sitio

Fíjate en lo que nos está costando el futuro:
todo el presente.

Yo antes quería tener hijos,
pero ahora tengo miedo:
de que Putin acelere el fin del mundo,
o de que nos quedemos sin agua,
o de que ocurra todo lo contrario
y se fundan los casquetes polares
y La Tierra se convierta en El Agua.

Y a pesar de todo este miedo,
todavía no sé
si lo que me da más miedo
es la posibilidad
de no encontrarme nunca
con una peonza
en el cajón de los cubiertos.

Para ir al trabajo
paso siempre por delante de ‘La Granja’,
el barrio en donde vivía mi abuelo.

En unos pocos años
el barrio se ha ido transformando tanto,
que prácticamente han desaparecido
todos los comercios que yo conocía
y todos los vecinos de mi abuelo.
Aquellos viejos que regresaban
a esa redondez de los niños gordos
y que me sonreían al verme llegar desde lejos,
y me daban la mano, o un abrazo,
o me besaban en la mejilla.

Me alegra que estén muertos
igual que me alegra que la panadería de ‘El Marcial’
ya no está regentada por ‘El Marcial’.
Me alegro porque este barrio
ha dejado de ser una boca mellada sin mi abuelo
para convertirse en una boca nueva
cuya ruina entristecerá a otros.

El tiempo pasa y una de sus consecuencias
ha sido la reedición del barrio de ‘La Granja’.

Me alegra que mi abuelo esté muerto
y no se haya convertido
en un superviviente solitario,
en un Robinson al que le explicaran por carta
cómo han ardido
todos los sitios en donde una vez habitara. 

Cada mañana,
cuando suena el timbre en los colegios,
los niños siguen gritando
como si estuvieran subidos
en el tren de la bruja.

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