A mí no me encantó
ir a la Universidad.
Lo que me gustó fue tener 18 años
y conocer
a Santi y a Ernesto.
El resto
fue una mediocridad; montones
de normalidad
a un precio muy elevado.
Sin embargo,
recuerdo una clase en particular
que me pareció deslumbrante.
Nora Catelli
nos hizo leer para Literatura Universal
Tristán e Isolda.
Mark, rey de Cornualles,
no encuentra esposa,
así que le pide a su amigo Tristán
que atraviese el mar
para ayudarle a encontrar
una consorte.
Tristán va a parar a Irlanda
y allí se encuentra, de rebote,
con que el gigante Morholt
está exigiendo un tributo anual de niños
para comérselos vivos.
Morholt es derrotado por Tristán,
y los reyes de Irlanda,
como premio, le entregan a su hija Isolda
para que se despose con Mark.
La criada de Isolda,
temerosa de que a su ama
le aguarde un infeliz futuro
junto a un hombre que no es de su gusto,
le prepara un filtro mágico
para que los esposos
se enamoren el uno del otro
al tomarlo.
En el barco que ha de llevarlos
de Irlanda a Cornualles,
para festejar la victoria de su amo,
el escudero de Tristán,
en lugar de servir vino de la bodega,
se equivoca
y sirve por error
el filtro de amor
a la princesa de Irlanda
y al amigo de Mark.
Es en ese momento,
tras ingerir el primer trago,
cuando ambos
se convierten en nuestros Tristán e Isolda:
dos animales
que no pueden separase,
porque son víctimas
de uno de esos amores
que te empañan las gafas
cuando llegan a tu vida.
'¿Les ha gustado?',
nos preguntó Nora Catelli.
Muchos a alumnos
alzaron las manos
para responder que no.
Que aquello no era amor,
que era algo artificial:
que Tristán e Isolda
se habían enamorado
por beberse un filtro mágico
sin querer;
aquello no era amor
porque era un accidente.
Fue entonces, cuando la profesora
repuso:
'Quizá aquello
era amor
porque era un accidente'.