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Arded, gemelas

Todos los poemas
deberían ser peligrosos.

Todos deberían prenderle fuego
a los lectores
y también llevar a los poetas
a compadecer ante los tribunales.

Los poemas que traen sonrisas,
guiños de complicidad
o palmaditas en el hombro
no son poemas,
son azúcar mezclado con sobras bonitas,
con escombros.

Los poemas
siempre traen problemas.

En algunos poemas me he casado.
En otros
me pongo a charlar con el hijo
que nunca he tenido.
Hay poemas incluso en los que he triunfado
y otros
en los que he asesinado
a un montón de inocentes.

Mi propio abuelo,
muerto desde hace dos años,
a menudo es resucitado
para este poemario.

Me quería mucho; viene siempre
que lo llamo.
Se trae su viejo coche
sus cejas de búho astuto
y charla conmigo un rato.

Los únicos incendios
a los que puedes sobrevivir
son los que tú mismo planeas.
Llevad siempre una caja de cerillas encima.

Lo que intento decir
es que me he cansado de las gemelas.
Laura y Anabel
se lo ponen demasiado difícil a la vida.
Casi literalmente, están
cavando su propia tumba;
no me cuesta nada
imaginármelas con las palas
y con manchas de tierra en las mejillas.

¿Soy yo
o aquí huele a gasolina?

¿Soy yo
o acabo de arrojar una cerilla
para ver cómo arden
dos dulces niñas?


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